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Un hombre anclado al pasado
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LA MOSCA COJONERA

Un hombre anclado al pasado

Actualizado 13/10/2015
Luis Gutiérrez Barrio

Antonio se quedó anclado en el pasado, en aquellos años, en los que su actividad profesional le absorbía todas las horas del día y buena parte de las de la noche. No sabía vivir sin aquel incesante trasiego de preocupaciones, de incertidumbres, sin aquellas palmadas del jefe en la espalda, reconociendo su magnífico trabajo. Todo aquello le hacía sentir vivo. Ahora no le quedaba más que los recuerdo, recuerdos que se empecinada en no olvidar y para ello se pasaba horas y horas sentado en su sillón, mirando por la ventana de su casa, la calle que recorría cada mañana para ir al trabajo. En más de una ocasión, pensó que se veía a sí mismo transitando rápido por aquellas, hoy empapadas aceras, sorteando los charcos y el salpicar de los apresurados coches.

[Img #451925]De vez en cuando, sacaba de un cajón, del viejo mueble que hacía las veces de biblioteca, unos cuadernos en los que llevaba la contabilidad de la empresa, estaban escritos a mano, con una cuidada y exquisita caligrafía, todo colocado en su sitio, ningún borrón, todo ordenado con perfección geométrica.

- Ahora no se hacen estas cosas- se decía complacido. - Ahora con los ordenadores la gente no sabe ni escribir-.

Las pocas tardes que salía de casa, era para encontrarse con dos antiguos compañeros de empresa, más o menos de su misma edad.

No sabía bien cuál era el motivo de querer verlos, porque siempre terminaban discutiendo. Se empeñaban en hacerle comprender que el pasado, pasado estaba, y aún muerto. Eso él no podía admitirlo, fueron muchos años de trabajo, de esfuerzo, de aprendizaje? sobre todo de aprendizaje. Cuando salió del pueblo apenas sabía las cuatro reglas y algo de letras, muy poco. Muchos fueron los esfuerzos que tuvo que hacer para llagar a ocupar el puesto que acabó ocupado. Muchas fueron las noches de insomnio para aprenderse aquellos galimatías de la contabilidad, como para olvidarlo ahora todo, así, sin más ni más.

Ya podían argumentar sus amigos que estaba perdiendo esta parte de su vida, que era, al menos tan interesante, tan importante como la otra. No, más importante, porque era la que tenía, la que estaba viviendo. La otra ya había pasado, no existía.

Bien estaba recordar viejos tiempos, asomarse a la ventana del pasado y recordar aquellos años en los que hubo de todo, pero una cosa era asomarse al pasado y otra muy distinta, era lo que hacía Antonio, anclarse a ese pasado.

Pasaron los años, años que fueron haciendo mella en su salud, cada vez estaba más torpe, la cabeza ya no le funcionaba como antes, ahora le costaba recordar el pasado, sobre todo el más inmediato.

Empezó a darse cuenta de que aquellos años nunca volverían, que por mucho que intentara retenerlos en su memoria, aquellos años se fueron y se fueron para siempre. Ahora se daba cuenta de que había pretendido vivir dos veces la misma vida. Buscó a sus amigos, pero ya no estaban, quiso hacer todo aquello que sus amigos le habían dicho que se estaba perdiendo, pero ya era tarde, las fuerzas no se lo permitían. Ahora no tenía más remedio que quedarse en su sillón, mirando a través de los cristales de su ventana, como caía la lenta lluvia del invierno. Unas lágrimas corrieron por sus arrugadas mejillas, lloraba por los años perdidos, por lo mucho que pudo haber hecho y no hizo. Ahora, era tarde demasiado tarde.

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