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El Cristo del Arrabal
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Por Andrés Alén

El Cristo del Arrabal

Actualizado 30/03/2015
Andrés Alén

"Cruza el río que inventó esta ciudad, Él, sólo manantial, cada Jueves Santo, subiendo a la montaña de su templo", escribe el artista a propósito de la imagen que procesiona la Hermandad del Amor y la Paz

Aún resuena un eco de palabras que se hicieron bellos bucles, fumarolas, vientos llamaradas, en la voz emocionada de un poeta. Un pregón cofrade que hizo honor a un profundo amor a la tierra, formado de raíz, de silencio y de la sombra arrojada de cruz y de vida, donde germina el hermoso milagro del poema.

Siento el pálpito mansamente barroco con que llenó una sala que esperaba con ansia la coartada para dar rienda suelta a la emoción, esa que llevan incrustada los pueblos que se arraigan, y defienden lo que formó savia y memoria de lo más dichoso de su existencia, y siempre lo quisieron compartir.

[Img #261281]José Manuel Ferreira Cunquero a paso nazareno recorría el laberinto atávico de ese mundo, desgranaba pulsos, propiciaba encuentros, espoleaba sentimientos y la cadencia de su voz armonizaba con esa penumbra fértil que atendía al acerado filo que la cortaba.

Sé que cuando quiebra el verso, se quiebra la voz como deseando convertirse en rezo. Sé que J.M. Ferreira es buen poeta, capaz de armonizar verbos y adjetivos con latidos, y componer ensueños. Pero en su pregón noté a su lado otra respiración, otra presencia que se materializaba en una silueta familiar, amiga y al tiempo inalcanzable, bendita la fértil talla de ese Cristo del Amor y de la Paz que proyectaba su sombra al infinito como cuando recorre cada Jueves Santo la plateresca filigrana de esta ciudad dorada que eligió para su paso. Cuatro arrabaleños faroles suspendidos de lo alto, en vilo como el alma de tantos hermanos en ese momento, un gran ramo de rosas a sus pies, gotas del cuerpo que ya no sangra más porque quedó exhausto. -Mucha ayuda tuvo, Manuel, tu fuente de lágrimas, tu cima poética y nuestro escalofrió. Allí estaba, por primera vez tan lejos, para dar testimonio otra vez y para ayudar a que tú lo dieras.

Allí estaba: siempre está.

El Cristo del Arrabal lleva una muerte leve, como si la herida de la gubia suave que modeló su cara no lo quisiera despertar. Imagino al artista discreto repasando las líneas casi en esfumato de sus labios, inclinando delicadamente su cabeza al lado del corazón, por siempre abierto, los rizos de su pelo ondulado, su cuerpo natural, sin sobresaltos, por no saber de derrotas, más que desfallecido, se hace cruz con la cruz: Qué cosas! Al final la cruz y la imagen del Cristo resultaron ser de la misma materia del árbol de la vida.

Esa imagen que hoy venero es la imagen de un Jesús apacible, sencillo; una talla que busca la mirada cómplice y no se impone, más bien, su belleza acogedora se hizo para enamorar más que para convencer, más para apaciguar que para excitar a una lucha quizás hoy necesaria. Cruza el río que inventó esta ciudad, Él, sólo manantial, cada Jueves Santo, subiendo a la montaña de su templo.

Tanta hermosura fascina los ojos, de par en par abiertos. Mientras, sus ojos cerrados nos invitan a mirar adentro.

Bien sé que sólo es una imagen que levemente proyecta la sombra de otro Ser más Alto, que es Palabra y es vida y da sentido. Pero celebra y pregona, como también lo hizo J.M. Ferreira, una Pascua de esperanza a la que todos estamos convocados. ¡Que sea para todos, feliz!

Andrés Alén

Foto: Portada de la edición del pregón de Semana Santa 2015. Carmen Cardona sobre dibujos de Andrés Alén.

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