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Quédate aquí, no partas en la noche
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POR ANTONIO COLINAS, ESCRITOR

Quédate aquí, no partas en la noche

Actualizado 16/01/2016
Antonio Colinas

De su poemario 'Del desieto de la luz'

[Img #246206]

La ciudad de David ya está a oscuras

y en el valle maldito de la Gehenna,

se despiertan abismos, espíritus de muertos.

Sé una de las jóvenes que tornan,

ascendiendo en fila por la escala de piedra,

con aceite en su lámpara,

con su lámpara ardiendo brotando de lo oscuro.

Allá abajo la noche ya rueda por los montes morados,

pero en esta ciudad tiene que haber

una morada en paz y que dé paz.

Verás que en esa casa hasta lo que es más duro

(las piedras), llegará a dormirse dulcemente

encima de tus ojos.

Quédate aquí, no partas en la noche,

pues hay en la ciudad sagrada una morada

en la que, siendo noche, luce el día

a la hora en que tiemblan en círculo sereno

las llamas de las lámparas,

los ángeles de fuego.

Habrá llegado al fin ese momento

de que sea el silencio y no la sangre

lo que discurra por las venas ciegas,

lo que aún hará más dulce el canto

o el concierto de los cuerpos.

Quédate aquí, no partas en la noche

porque detrás de estos sombríos muros

tiene que haber una morada tierna

donde, callando en la quietud suave,

se nos entregue todo

en el momento de cerrar los párpados,

en el instante de apagar las lámparas.

Dentro de esa morada puede haber una estancia

que quedará en penumbra

y que, aun siendo de piedra, se pondrá a girar

como música en torno de los cuerpos

ebrios de plenitud.

Quédate aquí, no partas en la noche,

no te pierdas deprisa por senderos rocosos,

pues si sigues bajando llegarás al campo de la sangre del ahorcado.

Todo lo que buscaste inútilmente a lo largo del día

por este laberinto de signos

y de símbolos de la ciudad antigua,

lo encontrarás seguro si te queda

sa oír en el silencio una música

que no se oye, la marea silente

que se lleva a los cuerpos, que los va extraviando en su ebriedad,

y luego los retorna a su centro.

Escúchame: espera que te diga las palabras

que mereces, sin que abra la boca,

sin que mueva los labios.

Será esa morada que te espera

la que desvelará el último misterio

que de tan lejos viniste a buscar.

Deja que vuelvan a su mudo origen

los sentidos, los gestos que no salvan de la herida

de vivir en los límites, de un vivir sin vivir.

Que retorne a sí mismo el corazón

para acallarse y para acallarnos.

No bajes hacia el valle de los muertos

que dicen estar vivos: allí está ?en el lugar

de los estercoleros? la traición,

el territorio del poder malsano

de las tinieblas.

Quédate aquí, no partas en la noche:

se encenderán las lámparas,

lucernas del olvido, y se irán deshaciendo

las penumbras del vano pensamiento.

No busques en la noche lo que tienes

en tu interior, posado en la palma tendida

y abierta de tu mano,

con la que ya me estás diciendo adiós.

Quédate aquí, no partas en la noche: oirás

cómo dentro de ti y de la piedra brama la luz.

(De Desiertos de la luz)

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