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La lectura (siempre) en ‘trago largo’
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La lectura (siempre) en ‘trago largo’

Actualizado 07/03/2015
Rafael Muñoz

Para leer hay que ponerse en ello, hay que echarse a leer. Semejante arrojo precisa de más valentía que la que podríamos suponer. La más atrevida, la de estar dispuestos a dejarnos decir. No solo algo por alguien, sino dejarnos decir a nosotros mismos.

Darse a la lectura | Ángel Gabilondo

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La omnipresencia mediática, por cuestiones que aquí no toca comentar, del catedrático de Metafísica, antiguo rector de rectores y después ministro, me han recordado la lectura de un libro suyo, de sugestivo título, Darse a la lectura. En su caso, tiendo a pensar que lo eligió por todo aquello que tiene que ver con el ofrecimiento y la entrega, mientras que en el mío, me llevó inmediatamente a otro tipo de "devociones". Lo que no tiene duda, es que los dos pueden servirnos igualmente como símil de pasión lectora.

Entrando en materia: no parece que alguien pueda hacerse lector con un solo libro leído, ni siquiera con la lectura de conocidas y popularísimas series de varios tomos, aunque resulten muy entretenidas y apasionantes. Tampoco por echarse a los ojos una historia de, pongamos, setecientas páginas.

Por otro lado, es difícil saber qué podemos entender por placer o necesidad de leer, salvo que decidamos ponernos a ello, dice el autor, y uno también con él.

Lo que sí parece claro es que para descubrir el disfrute de la lectura se requiere de tragos largos textuales. No uno, sino varios, frecuentando las ocasiones y probando de aquí y allá. Por supuesto, hay que evitar las prisas: darse a ello, tomándose el tiempo necesario para saborear lo que contiene la historia que tenemos entre manos, independientemente de la forma y belleza que nos procuren la taza, la copa o el vaso.

De esto nos habla en su libro, entre otras muchas cosas, Ángel Gabilondo, poniendo en formato de ensayo divulgativo un cierto orden especular sobre la lectura, la pasión por leer y los libros. Lo que le lleva también a una reivindicación sobre la importancia de aquélla y sus formas de expresarse en el mundo contemporáneo.

El texto es un refrescante combinado con 32 ingredientes, que nos llevará a los lectores habituales a un conocido y placentero retrogusto, al disfrutar, paladeado, muchas de sus reflexiones. Y despertará la curiosidad de quienes siguen acercándose a la lectura con ciertas prevenciones, fruto, quizá, de una cierta ingesta a granel.

Pero, para salir de dudas, lo mejor será conocer algunos de sus ingredientes:

Por ejemplo, cuál es su opinión sobre la humilde página que tenemos frente a los ojos cuando leemos un texto: [?] nos ofrece el mapa de la diversidad en armonía, de la unión y división en la que brota el discurso, de la paciencia de lo que se va abriendo paso en lo escrito.

Sobre el ritmo de lectura:

[?] respirar y dejar respirar el texto [?] que la sístole y la diástole fueran tanto del lector como del escrito, sintonizando así con el decir inscrito del escritor.

O qué puede ocurrirle al lector frente a buenas lecturas:

[? ]hay lecturas que modifican tan decisivamente un texto que propiamente es él quien ya no será nunca más solo lo que era.[ ?] un libro es fruto de sus lecturas, las que de una u otra forma están en él y las que una y otra vez se incorporan en la acción de leer.

Su criterio sobre las ficciones verdaderas:

Leer no es un mero acto de ensoñación. Para ello no necesitaríamos un texto. [?] Leer es la ocasión, el momento propicio, el modo privilegiado de confrontación con lo real.

Sin olvidar la gran pregunta ¿por qué nos gusta escuchar historias?:

Leer a alguien es siempre una acción decisiva. No resulta inocuo cuando efectivamente se produce una lectura. Leer al lado del lecho, respirar junto a alguien armoniosamente palabras elegidas, compuestas, puede procurar aliento y, a su modo, vida.

Y qué entiende el autor por un texto amigo:

Mientras leemos, en tanto que leemos, la soledad se ve en algún modo acompañada. Nos encontramos abiertos, despiertos y dispuestos [?]. Con la lectura salimos de un circuito clausurado y, al hacerlo, siempre se inaugura una posibilidad [?].

[?] Al vincularnos con un texto, al concordar con él nos reconciliamos con todo un tiempo, que no ha de ser necesariamente una época. El tiempo del lector trastorna el espacio que el texto ofrece y nos encontramos contemporáneos, más aún si el texto es [?] clásico.

Para finalizar preguntándose (no podría ser de otra manera) qué nos ocurre cuando acabamos un libro:

A veces, la única manera de finalizar un libro es volver al principio [?] Todo parece haber sido una coartada para conducirnos a ese punto final en el que de nuevo se abre [?] un espacio en blanco. Ya no podemos demorarnos para encontrarnos una vez más con nosotros mismos.

En mi caso añadiría: o encontrándonos también con los otros al compartir su lectura, hablando de libros para contar sobre nosotros, o al conversar de nuestras cosas, acercar algún título que traiga a cuento lo nuestro, como hace el autor en conversación con su popular hermano:

Rafael Muñoz

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