Inaugurado el puente de Enrique Estevan

En Salamanca el coche es el rey. No solamente en Salamanca, es verdad, sino también en muchas ciudades españolas. La inauguración el domingo del puente Enrique Estevan lo demostró una vez más. En realidad las obras del puente aún no están finalizadas, como comprobó el recién llegado en uno de sus paseos por las orillas del Tormes; los dos últimos ojos están aún llenos de andamios, al último le faltan trabajos de restauración y de pintura, y los carriles que cruzan el puente por debajo están aún cortados a las bicis y peatones. Pero "el rey" coche no podía esperar más.

La inauguración consistió en la ocupación automovilística del puente, por los coches del Museo de Automoción. Si todavía algunos salmantinos tenían la esperanza de que ese puente fuera a ser declarado peatonal, el domingo comprobaron que seguramente al Ayuntamiento ni siquiera se le había pasado por la cabeza esa posibilidad. "¡Pobrecitos automovilistas salmantinos aguantando atascos en los otros tres puentes de acceso a la ciudad! Los peatones ya tienen el Puente Romano para pasear", deben pensar los responsables municipales.

Los peatones, los ciclistas, los deportistas, los paseantes, son ciudadanos de tercera: los ciudadanos de primera son los que van a todos los sitios con su coche. Como Dios manda. Por eso, cada día, a la menor ocasión, invaden (esa es la palabra) las zonas peatonales, ya comienzan a bordear peligrosamente los pocos parques de la ciudad, se sienten (porque lo son) los amos.

Los altavoces que emitían música festiva durante la inauguración, rugían en el límite superior de decibelios posibles. El recién llegado pensó que quizás ese volumen tan alto era una estrategia para que los vecinos de los alrededores hicieran una última prueba de audición, después de soportar durante un año el ruido de las obras.

Cuando el recién llegado se encontró con un conocido, el día anterior de la inauguración, cerca del puente, éste misteriosamente le preguntó: "¿pero mañana inauguran también las aceras?". Misteriosa pregunta, de difícil respuesta. Sólo un profundo filósofo la podría haber respondido.

Como dice su vecino, el poeta, "¡reaccionemos con ira, sí, pero con humor, siempre con humor!".