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A vueltas con el buenismo
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A vueltas con el buenismo

Actualizado 03/03/2015
José Javier Muñoz

La mayoría de los medios de comunicación occidentales no se atrevieron a publicar las imágenes de una manifestación convocada por la comunidad musulmana en Londres bajo el lema La religión de la Paz. Estos son algunos de sus carteles: "Matad a aquellos qu

El manual de instrucciones de la supervivencia está impreso en nuestros genes en forma de instintos. Las religiones, en cambio, ofrecen por escrito un manual de instrucciones para la conciencia. En una entrevista que le hice para un periódico de Bilbao, Félix Rodríguez de Lafuente me dijo que la Naturaleza no es ni justa ni democrática, anatema para los afectados por el síndrome Bambi que envuelve prácticamente a la totalidad del espectro ideológico occidental. Solemos atribuir al humanitarismo la capacidad de resolver o paliar los problemas sociales. Y es cierto que esos dos valores ?justicia y democracia? son propios de la condición humana. Pero también lo es que nuestras peores lacras provienen precisamente del mal uso de la razón y la conciencia: los humanos somos los únicos seres capaces de cometer y provocar desgracias adrede, inducidos por dogmas y prejuicios que repugnan al orden natural.

Confiar a la bondad del ser humano la paz y el entendimiento entre pueblos es una entelequia. Actuamos como individuos cuando somos libres (y entonces nuestros actos dependen de la naturaleza más o menos bondadosa de cada cual), y como autómatas cuando un móvil externo alcanza el grado de fuerza suficiente como para anular el raciocinio. Hay factores que llegan al extremo de aborregar o fanatizar a sociedades enteras; por ejemplo, la promesa de un paraíso, la amenaza de un infierno y la venganza.

La afirmación de Hermann Hesse en El lobo estepario de que "la vida humana se convierte en verdadero dolor, en verdadero infierno, sólo allí donde dos épocas, dos culturas o religiones se entrecruzan" puede aplicarse a cualquier situación de fanatismo ideológico. Ciertamente se hace cuesta arriba conjugar las llamadas al amor y las promesas de felicidad eterna con las infamias, torturas y asesinatos practicados durante siglos en Occidente por la Inquisición o con las amenazas de destrucción y castigos terribles que salpican hoy desde el Corán a medio mundo.

Los defensores de la versión pacifista del Islam aducen que para los más devotos Yihad significa "esfuerzo en el camino hacia su Dios". Es una de las posibles interpretaciones, claro, pero la que nos concierne es la que hizo el Shaik al-Islam al comienzo de la Primera Guerra Mundial, la Guerra Santa. El teólogo Hans Küng escribió en 1982 en su tratado El cristianismo y las grandes religiones que "muchas disposiciones del derecho militar islámico, sobre todo las que no se fundamentaban directamente en el Corán, han sido derogadas por los mismos gobierno islámicos. [...] Este sentido es el que hoy día suele ponerse en primer plano para subrayar la disposición del Islam para la paz".

Lástima que los países musulmanes no distingan entre religión y política, puesto que sus leyes se fundamentan en el Corán, que contiene llamadas a la guerra contra cristianos, judíos y paganos en general. Una muestra, la Sura 9.5: "lucha y asesina a los infieles, allí donde los encuentres captúralos, rodéalos, miente y espéralos con cualquier estratagema; pero si se arrepienten y siguen la oración y la caridad establecidas, abre tu camino a ellos".

Un profesor de lengua árabe llamado Salah Serour trata de hallar alguna explicación al fanatismo criminal: "En un contexto donde los asesinos están dispuestos a sacrificarse, la masacre del mayor número de gente se convierte en un objetivo en sí mismo. Esta neurosis comienza por un sentimiento agudo de injusticia infligido a una persona incapaz de defenderse. Este odio se desarrolla a continuación para transformarse en un deseo de venganza que atrae a numerosos adeptos, quienes a su vez recurren a la religión e interpretan a su voluntad versículos del Corán para justificar sus sentimientos. Entonces se rompe el 'tabú' del asesinato, que se transforma así de un objetivo prohibido en un final 'noble'; y el acto criminal se convierte en dogma".

¿Cómo voy a dudar de que existan excelentes personas entre los musulmanes, como en cualquier otra religión o como entre ateos y apóstatas? Yo he compartido charlas amistosas y comidas agradables (distintas, eso sí) con Halim, egipcio musulmán casado con una prima mía. Y tengo un buen amigo judío, Joan Verdera. Ahora bien, ni me siento amenazado por ningún judío, ni tuve el más mínimo problema, siendo agnóstico como soy, durante doce años de profesor en una universidad católica. Puede parecer superficial, pero no lo es: nadie me obliga a ir a misa ni me impide hacer chistes de judíos. Las personas sometidas a la autoridad de los fanáticos, en cambio, tienen gravemente coartada su libertad.

Lo dije y lo mantengo; lo mismo que dos no discuten si uno no quiere, dos no se amistan mientras uno no esté por la labor.

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