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Las pequeñas cosas grandes
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Las pequeñas cosas grandes

Actualizado 19/07/2015
Aniano Gago

Cuando levanto la persiana de mi habitación por la mañana veo el nacer del día. Unas veces sombrío, nublado o con lluvia. Otras con sol, con luz, con alegría. Los días grises me dejan aplanado, incluso aumentan mi indiferencia congénita. En cambio los luminosos me estimulan. Supongo que esto le pasa e medio mundo. El tiempo, por tanto, determina mucho nuestro estado de ánimo, nuestra conducta e incluso nuestro carácter.

[Img #361131]Es un primer apunte en el día, porque después se suceden los hechos y las situaciones y, dependiendo de muchas cosas, pasan a ser negativos o positivos. Podríamos decir que un día en una persona es una constante de circunstancias que modelan su sentido de la vida. Me refiero a los movimientos externos, porque los internos pueden caminar paralelos o lo contrario. Por ejemplo, una lectura adecuada puede mover todos los cimientos, especialmente los negativos si esa primera lectura es el periódico. En el se encuentran, casi siempre en exclusiva, una serie de noticias que invitan a abandonar el mundo. "Oiga, pare, que me bajo". Que si guerras, que si fanáticos locos, que si armamento criminal y destructor, que si mentiras políticas por doquier. Sabemos que el mundo no tiene arreglo, sobre todo países donde manda la miseria, la crueldad, la corrupción, el analfabetismo y la desesperanza. Cada vez que pienso en África me acuerdo de "Ébano", la gran obra de Kapuscinski, donde dejó reflejada una situación social, económica y política que parecía no tener solución nunca. Pasan los años y así es: a todos los desastres de hace treinta años se han unido otros, como el ébola, la emigración en desbandada, nuevas guerras y explotación terrible de los recursos minerales por parte de potencias extranjeras, como China, que lo está ocupando todo.

Si nos fijamos en la política interna no sabemos qué hacer; o nos cabreamos con los que mandan o nos enfadamos más con los que pueden llegar. Tenemos la sensación de estar en un río con pirañas mientras esperamos meternos en un lago pantanoso. Vamos, que nuestro ánimo se encoge con las primeras lecturas del día. O sea, que si hace frío, como ahora, llueve, nieva, hace viento y está el día turbio y plomizo y le añadimos las noticias espantosas del mundo podemos perder el ánimo para salir a la calle.

Pero debemos hacerlo: por obligación, como es ir al trabajo, y por devoción, porque siempre habrá algo, un pequeño detalle, que nos devuelve el significado del ser humano que llevamos dentro. Eso es lo que necesitamos cada día más: preocuparnos por los hechos cotidianos, por un saludo afectuoso, por encontrarnos con un funcionario amable, por la sonrisa y el agradecimiento de una persona mayor cuando le dejas el asiento en el autobús, por el abrazo de un amigo, por el beso de un familiar, por el modo amable y profesional con que el camarero te sirve una cerveza. En la novela "La calle estrecha" Josep Pla dice que "las pequeñas cosas son las que me apasionan y me gustan más. Ya estoy cansado de comprobar que detrás de las grandes cosas no hay absolutamente nada". Josep Pla escribe esto después de haber viajado por múltiples países y conocer desde primera línea los acontecimientos y las personas que movieron el mundo de gran parte del terrible siglo XX.

Hago mías las palabras del gran escritor catalán porque cada día valoro más a la gente sencilla - la que no tiene dos caras como el dios Jano -, los hechos a simple vista insignificantes, el sabor de una caña de cerveza bien tirada y servida, un plato sencillo con los sabores propios y no desestructurados y la gente auténtica, con sus defectos y virtudes. Y huyo, como el poeta Horacio, de la ciudad, donde el aire ya lo han respirado otros, y me voy al campo, a ver los trigales verdes, las retamas, las zarzamoras silvestres y los almendros preparados para florecer.

La vida es muy bonita, por lo que no merecen la pena continuas decepciones, broncas o malas caras. Ningún enfado conduce a la felicidad. Los señores políticos harán lo que hagan, pero no seré yo quien vuelva a caer en sus garras. No me volverán a ver sufrir. Un simple moscardón, con su zumbido motorizado, dando vueltas a un cardo mariano, a una aulaga, o a un brezo o a una higuera me parecerá algo fantástico. Quiero que para mi los días sean una oportunidad, no un lamento o una frustración. Y me será igual que al levantar la persiana de la habitación vea nubes grises, lluvia, nieve, sol o luz. El día, cada día, lo debemos llevar nosotros dentro.

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