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Sobrecogedor
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Sobrecogedor

Actualizado 01/03/2015
Maguilio TAVIRA

Todavía están calientes en nuestras retinas las imágenes de unos descerebrados acabando a mazazos con testimonios artísticos de culturas milenarias, símbolos de civilizaciones preexistentes, como son las estatuas y esculturas del museo de la ciudad de Mosul. Y sobrecoge, desde luego.
Ver a esos descerebrados atentar tan brutalmente contra la memoria y el patrimonio de la humanidad, pone la carne de gallina y da qué pensar. Basta con que unos cuantos poseídos por el fanatismo oficial lleguen a ser poseedores del poder político para que estas salvajadas puedan llegar a tener lugar.
El ser humano ?colectivo- es algo frágil y vulnerable, a merced constante del ser humano ?individuo-, haciendo bueno el aforismo homo homini lupus, tan certero como longevo.
Cada vez que un imbécil se hace poderoso hay que temerse lo peor, porque un idiota adoctrinado se convierte en un fanático con pasmosa facilidad y, si a ese fanático se le otorga algún tipo de poder, ya tenemos un terrorista amartillado.
Lo hemos visto constantemente a lo largo de la cronología y a lo ancho de la geografía. Hemos visto cómo estas mismas hordas de descerebrados ?o sus primos hermanos, los talibanes- dinamitaban los budas de Bamiyan con los mismos argumentos ?mejor dicho, con la misma carencia argumental- y la misma impúdica exhibición de fuerza; hemos asistido a los atentados kosovares contra las iglesias medievales serbias, y tenemos noticia bastante fidedigna de la destrucción del Templo de Jerusalén o de la biblioteca de Alejandría por idéntica sinrazón y pareja ostentación.
Todos esos tarados han buscado siempre borrar la memoria ?mejor dicho, una determinada memoria- de algo o alguien del pasado que se considera hostil a la oficialidad actual, sea ésta política, religiosa, cultural, o de cualquier otro tipo.
Tal vez pretenden de ese modo condicionar el futuro a base de alterar el pasado sin percibir en su

estulticia profunda -¡pobres idiotas!- que dinamitar la representación artística de una efemérides o de una imagen puede suprimir la evocación de un hecho, pero no el hecho mismo.

A la vista de todo ello, me van a permitir ustedes que, a fuer de incurrir en lo políticamente incorrecto, exprese la duda que me asalta sobre si la Ley de Memoria Histórica no buscará algo parecido. Nada que decir respecto de recuperar los restos de los asesinados para proporcionarles un digno reposo eterno y nada que decir tampoco ?faltaría más- de rehabilitar nombres y biografías. Por supuesto. Pero eso de arrasar monumentos, entintar medallones o retirar estatuas, ¿no es un poco lo mismo?.
Salvemos las distancias, los métodos y la forma democrática de dictarlo, pero, discúlpenme ustedes, a mi se me antoja similar la finalidad de ambos disparates (que ambos me lo parecen).
Con su indecente tentativa de historicidio estos bárbaros del siglo XXI, lejos de lograr su propósito, consiguen añadir valor a lo que denuestan y exhiben el más vergonzoso rostro de la condición humana.
Pero nos proporcionan al tiempo una lección no buscada que, esa sí, resulta sobrecogedora en extremo. Y es esto, mucho más que el vídeo con los martillos neumáticos, a lo que remite el título de la columna de hoy: porque percibir cuán cerquita de la barbarie nos puede colocar un poseso poderoso, un fanático oficial, es lo que resulta sobrecogedor.
Aunque pulvericemos las estatuas, aunque arrasemos las avenidas, aunque borremos los libros, los hechos habrán existido. Y tratar de extinguirlos de la memoria es probablemente malo y seguramente imposible.
Ni con dinamita ni con el BOE.

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