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Se dejó el alma
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Se dejó el alma

Actualizado 27/02/2015
Marta Ferreira

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No siempre que acudes al teatro tienes la seguridad de que verás una buena representación, quizá puedes pensar que va a resultar interesante, que merece la pena por el autor, que el elenco puede ser reseñable?pero es teatro y cada función es única. Cada noche, al subir el telón se enfrentan los actores a un personaje, el mismo que representan cada noche, al que tienen estudiado y asumido pero sabiendo siempre que la vida de ese personaje está, en cada actuación, en sus manos y que, inevitablemente, cada vez será diferente.

Veo al cabo del año muchas obras de teatro, incluso en ocasiones me cuesta recordar algunos espectáculos que he visto porque la memoria es así, unos se olvidan o recuerdan ligeramente mientras que otros se hacen un hueco en tu memoria para alimentarte de esperanza y de ilusión, de magia y de vida, de esa vida que sólo el arte en movimiento y directo son capaces de contagiar.

El sábado acudí al Juan del Enzina a ver una obra, de un autor irlandés (talento que desbordan a raudales en todo lo relacionado con el arte) sobre María de Nazaret, una María más mujer que virgen, más humana que santa, distinta, muy distinta de la que habitualmente se nos presenta.

Aquella mujer, rota por el dolor de la muerte prematura del hijo que la debió sobrevivir, atormentada por haber antepuesto el miedo (máximo exponente del sentimiento humano) a ser descubierta como la madre de aquel hombre perseguido, al amor infinito que sentía por su hijo, se culpabiliza y se castiga, se rompe de dolor y se aísla, sobreviviendo a ese drama que ahora es su vida.

Durante hora y media, que voló como si no hubieran transcurrido ni diez minutos, yo solo veía a esa María, sentía el horror de una mujer desolada, entendía la aflicción de esa madre incapaz de asumir la ausencia, de aquella mujer que buscaba en los recuerdos al niño feliz que fue su hijo y de aquella relación que extinguió la muerte. Y sentí su culpabilidad, y comprendí que su temor fue mayor que su amor por muy incondicional que este fuera?noventa minutos en que sólo se vio a María de Nazaret.

Cayó el telón, y tras esa mujer ajada y abrumada por la historia de su vida, apareció, como si nunca hubiese estado allí, Blanca Portillo, y se cayó el teatro. Es difícil entender lo que sucedió la otra noche porque en contadas ocasiones sucede y sólo una grandísima actriz es capaz de desaparecer por completo tras el personaje. Blanca Portillo se dejó el alma en María de Nazaret y los que tuvimos el privilegio de verlo sabemos que si no es la mejor, sí una de las mejores del panorama teatral. Si esto fuera Francia o Inglaterra y amáramos como allí se ama el teatro?sería un mito.

Marta FERREIRA

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