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La mano convincente
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La mano convincente

Actualizado 10/05/2015
Raúl Vacas

En el año 1928 Feliciano Vítores grabó a Ramón Gómez de la Serna en el Parque del Retiro de Madrid. El vídeo, que el amante de la literatura o del autor puede buscar en youtube con el título de "El orador", recoge algunos monólogos del escritor vanguardista. Tras hablar de las ventajas que conlleva tener a mano un monóculo sin cristal, disertar sobre el monóculo de nuevo rico o imitar los sonidos del gallinero en una tarde caliginosa, el escritor muestra ante la cámara una gran mano ?mitad guante, mitad manopla? a la que llama "la mano convincente". Este genial invento puede ser una gran herramienta en manos del orador. Se trata, como dice el propio Ramón, de un elemento inapreciable: "cuando se posee la mano convincente, la multitud va detrás de esa mano; cuando a la multitud se le dice por ahí, la gente va por ese camino" ?explica el autor.

[Img #302767]Ramón se sirve de los objetos para hablarnos del mundo, de su mundo, y establecer una relación con la realidad desde la metáfora. Una mano así tiene muchas utilidades, de todas ellas da razones convincentes a lo largo del vídeo.

Y entonces me cuestiono si en esta sociedad de falsos oradores, de contertulios iletrados, de manos oscuras que manipulan, dictan y ordenan, la "mano convincente" deja de ser una parodia crítica para convertirse en una realidad.

Hay muchas manos que tratan de imponernos ?con la obligatoriedad que dicta alguna señalética? el sentido único en el que todos debemos pensar y actuar. Pero esas manos, que tratan de ser convincentes, están ocultas, no se muestran ante nuestros ojos

No sé si han viajado últimamente a Madrid. Si lo hacen en autobús llegarán a la Estación Sur, una estación que, en cambio, ha perdido el norte y en la que uno se siente poco menos que ganado. Si usted quiere acceder al interior tendrá que hacerlo de manera ordenada cuando el conductor desbloquee la puerta de acceso con una tarjeta que una suerte de gran hermano policial le ha concedido. No es suficiente que el conductor nos conduzca a nuestro destino sino que también tiene que conducirnos más allá del autobús en busca de la puerta salvadora.

Si tiene prisa por llegar al cercanías o al metro tendrá que esperar a que la puerta se abra. Tienen que autorizar su entrada en la ciudad. "Bienvenidos al estado policial de Madrid" falta por incluir entre la señalética de la estación. Y quizá el paso siguiente sea el cacheo obligatorio ?o el selectivo, del que gusta nuestra policía? para poder entrar con el visto bueno a la capital del reino. Si usted se despista y no accede a tiempo le tocará deambular en solitario de puerta en puerta hasta que alguien desde el más allá o el más acá le abra una. Da igual una que otra, detrás de ellas siempre estará el tigre.

"De Madrid al cielo" reza la expresión que aguarda a los conductores que acceden a Madrid por debajo del puente peatonal que une el Parque de Roma con Moratalaz. Y yo, que en ocasiones soy muy literal interpretando los mensajes desprovistos de metáforas, imagino a San Pedro cambiando su juego de llaves por una tarjeta, y dirigiendo a unos y a otros hacia la salvación. Usted al cielo de Madrid, usted que lleva rastas o es emigrante deténgase un momento aquí que le haremos pasar por un infierno. Les ha faltado en la estación contratar pastores alemanes que agrupen y guíen a las viajeros descarriados para convencerles, con sus ladridos y con la amenaza de una dentellada, de que todos tenemos que caminar en la misma dirección. Aunque ese trabajo ya lo hacen, y muy bien, algunos periodistas.

Qué gran inversión ha hecho la Estación Sur de Madrid en puertas blindadas, rejas y cámaras que vigilan cada uno de nuestros movimientos. Cuando uno llega al hall, después de superadas la puertas, siente que ha salido de la cárcel a un patio interior, y cuando por fin salimos a la calle pensando ingenuamente que somos libres varios policías nos vigilan con su arma reglamentaria en la mano. Y todo el mundo calla, y nadie muge al entrar o al salir de su embarcadero, y todos otorgan. ¿Qué haría ?me pregunto yo? Gómez de la Serna ante todas estas restricciones? Él, que fue un espíritu libre y que gustaba de viajar en tranvía leyendo los "Poemas para ser leídos en el tranvía" de Oliverio Girondo y pasear por Madrid.

Con ganas me quedo de llevar mi propia mano convincente en la mochila y parodiar a Gómez de la Serna ante las puertas de la Estación Sur de Madrid la próxima vez que viaje en autobús. Aunque no convenza a nadie.

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