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La gente
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La gente

Actualizado 10/07/2015
Marta Ferreira

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"Lo exige la gente", "la gente frente a la casta", "es la hora de la gente", son expresiones que circulan en el mundo político, y no son inocentes: el lenguaje nunca lo es y delata a quien lo emplea. Gente seríamos las personas comunes y corrientes, al margen de las responsabilidades políticas, sujetos pasivos de quienes toman las decisiones que nos afectan a todos. De alguna manera la palabra, durante mucho tiempo con acepción despectiva por su connotación anónima, encerraría a la mayoría de la calle, ajena a las moquetas y a las dádivas del poder. Y se ha generalizado tanto, que la emplean por igual izquierda y derecha, populistas y tradicionales ocupantes del poder. A propósito, me gustaría saber la diferencia entre unos y otros: según dicen, populista es el que promete imposibles engatusando al ingenuo elector, pero cómo denominar entonces a quien gana las elecciones con un programa que luego traiciona haciendo lo contrario que prometió sin dar ni la menor explicación: ¿éstos son populistas o políticos serios que ejercen responsablemente el poder? ¡Cuánta hipocresía!

Y me repele, para qué engañarles. Yo, cuando hablo de los demás, o empleo el término "personas" porque diferencia a cada cual frente al sentido colectivo de la palabra de marras que muy bien podríamos traducir por "masa", o hablo de "ciudadanos" si aludo al ámbito político. El ciudadano es el sujeto de derechos, frente al súbdito, propio de los absolutismos o regímenes totalitarios. Ciudadano me retrotrae además a la Revolución Francesa, de cuyos logros aún vivimos en las pocas democracias que en el mundo son, el "nuevo régimen" que aún sigue vigente o, en otras palabras, el liberalismo que aderezado con la democracia y algunos elementos sociales configuran el mundo político civilizado. Qué le vamos a hacer, aunque a algunos les cabree, las aportaciones del liberalismo siguen vigentes y fuera de él no hay salvación: sin Estado de Derecho, sin división de poderes, sin reconocimiento de los grandes derechos individuales, todo se va al garete. Por ejemplo, la corrupción que hemos padecido habría sido mucho menor de contar con un Estado, o sea, unos políticos que respetaran las leyes en vez de enriquecerse a costa de todo, y un poder judicial con los medios necesarios para controlar a quienes han hecho de su capa un sayo. La división de poderes, de la que hablara Montesquieu, y de la que huyen nuestros ejemplares partidos como gatos escaldados por lo mucho que se juegan: privilegios frente a igualdad.

Pues lo dicho: no me gusta, pero que nada, que en lugar de llamar, con toda la grandeza de la palabra revolucionaria, ciudadanos a los depositarios de la soberanía popular- fundamento de la democracia- los ninguneemos con esa palabra anodina e insignificante: la gente. Y empezaron unos y, cual flautista de Hamelín, les siguieron los demás, porque, como dicen ahora, mola: signo de la pobreza lingüística y cultural en que viven hoy los españoles y su clase política, la de más bajo nivel en la etapa democrática que vivimos. Y eso me lleva a pensar que interesa que desaparezcan los ciudadanos, porque en su condición está el ser crítico contra todo poder, conviene más una masa informe que con cuatro consignas crea que va a alguna parte cuando realmente la están toreando los de siempre: los que ocupan el poder y cuya única y fundamental preocupación es mantenerse en él a costa de lo que sea, como es también la de quienes aspiran a ocuparlo, maquiavelismo puro.

Así que reivindiquemos y conservemos las grandes e irrenunciables aportaciones de la democracia liberal, esa que algunos llaman sistema y que en el fondo es la única que pueda ponerles las peras al cuarto a quienes harán todo lo posible para evitar que funcione. Una de ellas, el respeto debido a quienes son el origen y fin de la democracia: cada una de las personas que la configuran, los ciudadanos, cada uno distinto, en modo alguno una masa informe, sujetos de derechos, no gente. La Revolución sigue viva, claro, me refiero a la Revolución Francesa: menos mal que la hicieron, nos permite seguir pensando críticamente. En un mundo tan anodino democráticamente, sus propuestas siguen pareciendo una herejía, tal vez porque son verdad.

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