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Cuestión de pelos
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Cuestión de pelos

Actualizado 28/01/2015
Fernando Segovia

La imagen que uno proyecta (eso tan importante hoy) radica mucho en el modo de cómo tratar el pelo. Los pelos. Eso viene ya de muy antiguo. Las mujeres y hombres se afanaban a ciertos niveles por cuidar una imagen que tenía fiel reflejo en los demás. Uno, además de ser, debería parecer. Y recordamos civilizaciones, pueblos, tribus, castas en que distinguían y distinguen su procedencia por el modo de acicalar el cabello y la barba en hombres y mujeres.

Ahora esto que les digo no es menos. Con la importancia que la imagen tiene hoy, el asunto es para nada baladí. Y mucho menos. Repasemos recientemente la imagen del bigotillo franquista (temido o adorado símbolo de distinción entonces), el pulido y aséptico corte de Suárez, aquel flequillo con aires renovadores de Felipe, el bigote aznariano tan peculiar, José Luis y sus cejas (ay, sus cejas, el juego que dieron), Mariano y su barba del diecinueve, y ahora la coleta de Pablo que asoma al horizonte. Todos símbolos de distinción y marcas de la casa. Yo, al menos no puedo imaginarme a don Mariano sin barbas y sin arrastrar las eses. Como a la Merkel con moño o perifollo en la cabeza. O a Pablo sin la coleta y la barbita.

Un pensamiento que me asalta en estos días de elecciones griegas y demás, es si aquí, cuando Mariano o la ley dispongan, ganase Podemos, y don Pablo sea primer ministro (o ministro de algo gordo), si seguirá manteniendo la coleta o no. Eso quiero verlo. Viajes de estado, recepciones, encuentros y otros eventos con coleta a cuestas y a contrapelo (nunca mejor venida esta expresión) con los de enfrente. Y es que mantener una coleta bien cuidada, a justa medida, limpia, con el juego correspondiente de gomas y diademas para la buena sujeción, debe ser algo molesto para un personaje de primer nivel que ahora es joven, pero que en cuanto pasen unos años, su densidad capilar deberá ir a menos en esa zona y pueda acarrearle consiguiente pérdida identitaria y deterioro icónico. Y es que, a mayores, te pueden tirar de los pelos en una manifa no controlada (los propios por devoción o los ajenos por aversión) y ocasionar graves problemas de seguridad. Es como para pensárselo. Yo, en su situación, me la puliría antes. Por si acaso.

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