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Por la boca muere el pez
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Por la boca muere el pez

Actualizado 17/01/2015
Redacción

JULIO FERNÁNDEZ / Profesor de la Usal

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La multitudinaria manifestación del pasado domingo en París en la que, según las editoriales de los periódicos de todo el mundo, se concentraron más de tres millones de personas, fue un ejemplo de reivindicación de los deseos de la inmensa mayoría de los ciudadanos del planeta: paz, libertad, seguridad, igualdad, respeto a los derechos humanos, solidaridad, justicia, tolerancia y, por supuesto, condena del terrorismo.

Los ciudadanos de bien cumplieron con las expectativas generadas, algo diferente a la hipocresía demostrada por algunos líderes políticos que participaron en el evento y que, mientras persiguen sin cuartel derechos y libertades fundamentales en sus países, demostraron poseer una esquizofrenia política sin parangón. En algunos de esos países hay personas condenadas y encarceladas por ejercer la libertad de expresión y, en otros, por parte del poder político se presiona a las instituciones del poder judicial (Ministerio Fiscal) para que inicien acciones penales contra personas o instituciones que les son molestos porque no obedecen a los cánones políticos y sociales que ellos profesan.

En España, sin ir más lejos, se le llena la boca a nuestros gobernantes que se puede respetar el ejercicio de los derechos y libertades y, a su vez, garantizar la seguridad de los ciudadanos. Claro que se puede, pero no de la forma en que pretenden normativizarlo y gestionarlo. Nuestro Ministro del Interior pretende rescatar los controles fronterizos en la Unión Europea eliminados en el Convenio de Schengen, cuando es algo que altera los principios inspiradores de la libre circulación de personas entre los diversos países de la Unión. Con la aprobación de la Ley de Seguridad Ciudadana, también denominada 'Ley Mordaza', se han recortado drásticamente derechos y libertades individuales en beneficio de una supuesta seguridad, que vende mucho electoralmente, pero los ciudadanos tienen que saber que es posible incrementar la seguridad respetando escrupulosamente el ejercicio de derechos fundamentales. Son compatibles, pero no solo de 'boquilla' como afirma el presidente Rajoy, sino también en la realidad cotidiana. La dialéctica "seguridad versus libertad" sólo se lleva a cabo en países cuyos mandatarios están más de acuerdo con el autoritarismo que con los ideales de un Estado Social y Democrático de Derecho. En muchos casos, el incremento de la seguridad lo que realmente persigue es recortar ilimitadamente derechos individuales y colectivos. Que la crítica política sea menor garantiza la permanencia en el poder, algo pretendido por muchos líderes políticos.

Otro ejemplo en España lo protagoniza el Gobierno del PP con las enmiendas que ha introducido a su propio texto en la tramitación del texto de la próxima reforma del Código Penal, sobre todo en materia de terrorismo. Quieren ampliar las conductas que deben ser consideradas como "actos de terrorismo", que no sólo serán las que "tengan por finalidad o por objeto subvertir el orden constitucional o alterar gravemente la paz pública", como prevé el vigente artículo 571.3 del Código Penal, sino que también las conductas que tengan por finalidad "alterar gravemente o de cualquier modo, la paz social, alterar el funcionamiento de las estructuras básicas políticas ó influir o condicionar de modo ilícito la actuación de cualquier autoridad nacional o extranjera". Esto es, sencillamente, una barbaridad, porque cualquier reunión, concentración, manifestación de personas o grupos, reivindicando derechos o mejoras para las condiciones vitales de los ciudadanos puede considerarse terrorismo, lo mismo que cualquier 'escrache' o manifestación ante domicilios particulares de líderes políticos para denunciar situaciones injustas que sufre la sociedad.

Por su parte, tanto el Tribunal Constitucional español como el Tribunal Europeo de Derechos Humanos establecen claramente que el riesgo de sancionar en exceso los delitos cometidos en el ejercicio de derechos fundamentales puede acabar provocando el desaliento de la ciudadanía en el ejercicio normal de esos derechos. Y eso es tanto como acabar de un plumazo con el reconocimiento de unos derechos humanos que tanto han costado a lo largo de la historia y por los que tanta sangre se ha derramado. Es terminar con los ideales de libertad, igualdad y fraternidad; esos, por los que los líderes políticos (algunos de forma hipócrita) se manifestaron el pasado domingo en París.

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