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Los santos inocentes
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Los santos inocentes

Actualizado 28/12/2014
Juan José García García

EL PECADO DE HERODES SE REPITE HOY DE DIVERSAS FORMAS PERO LA IGLESIA HACE UNA LLAMADA DE CONVERSIÓN

Pero, también, hermanos, desde esta página del evangelio la Iglesia tiene que recoger la triste herencia del pecado para decirle a los hombres de hoy: no sean sanguinarios como Herodes, no sean serviles como los soldados, que a las órdenes de Herodes van a matar inocentes; no sean crueles, no torturen, no maltraten, no hagan madres que lloren la desaparición de sus hijos que no saben dónde están; no sean crueles, el pecado no lo quiere Dios; es necesario convertirse, es necesario dar a la patria y a nuestro ambiente más tranquilidad, más esperanza, más seguridad. Los que hacen la violencia, los que asesinan, los que hacen chorrear sangre no son queridos por Dios mientras no dejen de hacer esas cosas. De allí, hermanos, que desde los Santos Inocentes grita la justicia contra las injusticias, la inocencia contra el pecado, grita la bondad contra la maldad.

En este día de los inocentes tenemos que oír un clamor también, hermanos, desde tantos inocentes que pudieron, debieron haber nacido y no los dejaron nacer sus propias madres. El pecado del aborto, el pecado de los anticonceptivos, el pecado de Herodes se repite hoy también en esos campos donde se prostituye la facultad que Dios ha dado al hombre y a la mujer para engendrar hijos; no para el placer, no para usar de la carne, no como Herodes solamente por el egoísmo; es el rey y los demás le importan nada, aunque sean los propios hijos. El pecado del aborto es el pecado de Herodes. Hermanos, hoy venimos a rasgar las vestiduras en el día de los Inocentes y gritamos ¡qué cruel Herodes! ¡Qué crueles sus soldados!, pero sabemos que hoy mueren mucho más que aquel pequeño grupo de niños de Belén. Es horroroso saber que ya esos hospitales, en las clínicas, y en formas clandestinas, se cuentan por millares, millares y millares de inocentes abortados de las entrañas de sus propias madres. ¡Qué ejemplo defendiendo el producto de sus entrañas contra aquellas madres que ellas mismas los mandan a matar!

Es el crimen, hermanos, en cualquiera de sus formas. En su forma institucionalizada mata el ejército, mata el que secuestra, mata también la madre que manda a abortar. Todos estos son crímenes que claman al cielo. En el día de los Inocentes, la voz de la Iglesia hace suya la voz de los que ya no pueden hablar, de los que fueron asesinados en formas tan crueles, tan viles, tan inmorales, para gritar ante Dios: ¡Señor, perdónales!, porque son éstas sin duda, las culpas por las cuales vienen tantos castigos a nuestra tierra. Perdónanos y haz que los pecadores se arrepientan también, para que vuelvan a estar en gracia y para que no haya más sangre y más violencia entre nosotros.

CÓMO LA VERDADERA INOCENCIA QUE SALVA ES LA QUE DA JESUCRISTO

Fijémonos ahora, hermanos, en la figura central, los Inocentes, para decir una cosa: sólo la inocencia que Cristo da es la que salva.

LOS MÉRITOS DE CRISTO SALVAN AL MUNDO

Pueden preguntarse muchos: ¿Qué mérito tenían esos niños si ni podían hablar, ni tenían conocimiento para que ahora los veneremos como santos en los altares? ¿Qué mérito tenían esos niños para que ahora estén gozando en el cielo junto con los santos que hicieron tan grandes obras y sufrieron martirios en formas más conscientes? ¿Qué mérito? Hermanos, esta es la palabra que nos dice como un mensaje el día de los Inocentes. Niños de dos años abajo ya merecen en el cielo la alegría y el gozo de Dios que esperamos nosotros, adultos, ya viejos, porque lo vamos a ganar a base de nuestras buenas obras. No, no son nuestras buenas obras solamente. Nuestros méritos personales, el esfuerzo de ser buenos, el arrepentimiento de nuestros pecados es algo humano, no tendría ni valor de ser una mano que abre el cielo, imposible. Por eso dice San Pablo en su carta a los Romanos que nos salvamos no por nuestras buenas obras sino por nuestra fe en Cristo. Las dos cosas: buenas obras como condición de mérito humano para que Cristo nos dé sus méritos divinos. Lo que salva al mundo son los méritos de Cristo, el Redentor.

Los niños deben ser bautizados porque no es el mérito personal del bautizado el que lo hace cristiano, sino que es la redención de Cristo que se le puede aplicar a un niño aun sin tener uso de razón. Los méritos de Cristo aplicados a los inocentes de dos años abajo son los que han hecho posible que este martirio de inocentes se convierta en almas en la gloria. Y no nos imaginemos que allá en el cielo estos niños están a la edad de dos años. El alma desarrollada allá en el cielo es igual la de un niño que acaba de nacer con la de un sabio que adquirió mucha sabiduría en la tierra, porque no es la sabiduría de la tierra la que los hace felices en el cielo sino la visión de Dios que adquirimos por los méritos de Nuestro Señor Jesucristo.

SE NECESITAN TAMBIÉN NUESTRAS BUENAS OBRAS

En este sentido, hermanos, el mensaje de los inocentes es un reproche al orgullo de los mayores. Nos creemos demasiado, creemos que todo mundo nos debe agradecer, creemos que nos vamos a salvar por nuestros mismos méritos. No, hagamos buenas obras porque si no hacemos buenas obras no nos vamos a salvar, nos vamos a condenar como dice el Evangelio: "Tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber". Todo el mal que habéis hecho, todas las obras buenas que no habéis hecho, son la causa de esta maldición: "id, malditos, al fuego eterno". Cierto, se necesitarán las buenas obras para salvarse pero no serán las buenas obras solas sino añadidas a los méritos infinitos de Nuestro Señor Jesucristo.

Estaba muriendo una artista cuando llamó al confesor, al sacerdote. Y llorando, aquella mujer que había ganado mucho dinero, muchos aplausos, mucha fama, le decía: "Padre, que vacía me siento". Y se ponía a llorar. "Me duele tener que presentarme ahora con mis manos vacías ante Dios". Miren, hermanos, de nada sirve la fama de la tierra, el poder, el dinero, la gloria del mundo. ¡Qué va! Se queda con la muerte. Todos los méritos que podamos tener como hombres no valen para el cielo, las manos están vacías si no lo hemos hecho por amor a Dios. Pero, entonces, aquel confesor, aquel sacerdote tuvo una feliz idea para consolar a aquella mujer moribunda, se quitó su crucifijo y lo puso en sus manos y le dijo: "no diga que tiene sus manos vacías. Ya tiene a Cristo en sus manos. Preséntese con Él al tribunal de Dios, que no nos salvamos por nuestros méritos, por nuestro dinero, por nuestros aplausos, por nuestra fama; nos salvamos por Cristo que dio su sangre por nosotros. Confíe en Él, que Él llenará el vacío que ahora siente su espíritu. Deje todas las cosas de la tierra que no valen nada y entréguese a Cristo. Llore su vacío confiando en Él y Él lo llenará".

Hermanos, qué hermoso es pensar en este día de los Inocentes que lo que le da ese título a esos niños inconscientes no son sus méritos humanos, sino los méritos de Cristo que ya comienza a ser Redentor desde que es niño en la cuna de Belén.

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