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Al turrón
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Al turrón

Actualizado 23/12/2014
Ana Higles

Dicen que si no conoces a un cansino es que el cansino eres tú.

Se aproximan las temidas fiestas, con sus cenas casi continuas. Empiezan los 15 días de cenas de empresa, compañeros, amigos, familia, primos, vecinos, amigos del colegio, amigos de la infancia de los que ya no recuerdas ni el nombre, ni la edad y mucho menos a cuento de qué te harías tú amigo de semejante personaje.

Pero sí, ha llegado el momento y, a menos que su camarero de confianza les guardase un décimo premiado del sorteo de ayer y hoy estén firmando las escrituras de su mansioncita en el otro extremo del globo, ahora lo que les toca es aguantar estoicos a sus familias, las interminables cenas, los villancicos desafinados, la madre que se agobia porque el gallo no le ha quedado al punto de sal, el abuelo que mira de reojo la botella de vino que la abuela le dosifica al mililitro, los niños que no aguantan tres minutos a la mesa ni amordazados, el tío que saca la botella de anís y se cree Raphael, la hermana amargada que necesita el exorcismo navideño, el primo adolescente que lleva desde los langostinos enganchado a la Nintendo DS, la tía que te pregunta a qué esperas para echarte un novio y, si no te lo has echado aún, qué oscuro motivo escondes, el padre al que por algún extraño motivo esa noche le apetece escuchar las noticias del mundo en el 24horas en vez de poner el puñetero especial de Pablo Alborán que esperan como groupies la niña de coletas, la madre de la niña de coletas y la abuela de la niña de coletas.

Y además de eso, no se olviden de ese hermano que cena con una mano para sujetar el móvil con la otra mandando Whatsapp a diestro y siniestro y estallando en carcajadas de cuando en cuando sin venir a cuento. Tienen también al tío abuelo agonías que come a destajo como si no hubiera mañana y los platos fueran a desaparecer de la mesa. O el abuelo que lleva media cena peleándose con la cabeza de un langostino, que suele salir volando y tiene por buena costumbre acabar en el plato de sopa de la tía pija que vuelve a sus orígenes provincianos por Navidad y no deja de presumir de lo buena que es su vida en comparación hasta que su hermano le espeta en la cara que los provincianos ganamos en tranquilidad lo que ella pierde en atascos. ¡Y los cuñados plastas, esos que sabes que se te van a apalancar en el sofá sin hora de partida, capaces de aguantar en casa ajena hasta que te ven dar el primer cabezazo de sueño contra la mesa, porque ellos se han apoderado del sofá, la tele y el turrón de chocolate!

Y el bebé que mira con los ojos abiertos como platos mientras ve pasar ante sí platos y platos de manjares que él aún no puede ni masticar, pero da igual, porque sabe que si abre la boca como un buzón algo rico le caerá. Y en hacerle carantoñas al peque se entretiene la hija única a la que no le apetece meterse en las conversaciones de política que mantienen al fondo de la mesa, ni en el duelo Madrid-Barsa que acaba de estallar entre cuñados, ni mucho menos en la disquisición sobre la psicología adolescente que mantienen "las madres" de la familia.

No, ella se entretiene en repasar lo interesante que ha sido su año, todo lo que ha aprendido y lo que le queda por aprender. Y se acuerda de la gente que le merece la pena, no necesariamente la que está sentada a su misma mesa, y sonríe por su cuenta, recordando buenos ratos. Mira alrededor de la mesa y piensa que podría escribir algo sobre aquella situación tan típica. Y algo ridícula.

Así que ya lo saben, busquen su personaje en este Belén navideño y si no tienen uno de esos cuñados/compañeros/conocidos brasas de los que todos huimos en las cenas de Navidad, es que el cansino es usted y la que nos espera... es fina. Así que emborráchese lo más pronto que pueda, hable con la botella y déjenos al resto violar dietas en paz.

Y feliz Navidad.

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