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¿Navidad?
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¿Navidad?

Actualizado 22/12/2014
Antonio Matilla

No tenía yo ganas de escribir acerca de la Navidad después de oír hace dos o tres días las declaraciones del arzobispo caldeo católico de Mosul, que ha sido obligado por el Estado Islámico, o como se llame, a emigrar junto con sus diocesanos al Kurdistán. Los fundamentalistas musulmanes, esa plaga que recidiva siglo tras siglo en el seno del Islam, que no admite diálogo con nadie porque está en posesión de la verdad, que no entiende más diálogo que el de las armas y que, además, no tiene "memoria histórica" porque se les ha vuelto a olvidar cómo fueron vencidos en las Navas de Tolosa, en Lepanto o en el asedio de Viena, o arrojados del poder por otros más fundamentalistas que ellos, les dieron tres opciones: convertirse al Islam, pagar impuestos especiales que les convertirían, de hecho, en esclavos o, simplemente, morir, o más bien ser asesinados. A las pocas semanas esas opciones se redujeron a dos: convertirse o morir. Este año tendrán que celebrar la Navidad en alguna tienda de campaña o al frío libre de las montañas. 'Ayuda a la Iglesia necesitada' ha lanzado una campaña para apoyarles y que no desaparezca el Cristianismo de Irak y Siria, donde tiene presencia desde cuatrocientos o casi seiscientos años antes de que Mahoma escuchara la revelación del Altísimo en la cueva de la montaña.

Sin llegar a esos extremos, entre nosotros también habrá gente con pocas ganas de Navidad, porque la crisis, que dicen que está remitiendo para los ricos, no remite para los pobres y muchos seguirán siendo desahuciados. Ayer se llevó a cabo la 'Operación Vivienda', que durante 2013 consiguió ayudar a mil familias salmantinas. Ya veremos a cuántas cuando se haga el balance de 2014.

Mientras tanto, los que aún habitamos la clase media, cada vez menos media, tenemos el respirillo de la bajada de los combustibles. Una pluma, cayendo en el aire tenue del invierno, cae muy despacio, mientras que, cuando suben los precios del petróleo, los combustibles de las gasolineras suben como un cohete, como un misil cinco veces más rápido que el sonido. A mí me extraña mucho que bajen los combustibles en invierno, cuando el gasto energético del hemisferio Norte se dispara a causa del frío reinante. Puede ser que a alguien le interese dar un capón a Rusia, o tirar los precios para que el Estado Islámico -¡otra vez! ¿Haremos bien en darle tanto pábulo?- tenga que tirar los precios más todavía y no pueda financiar su carrera armamentística, o desestabilizar a los regímenes bolivarianos. Me explico que no bajen tan deprisa como debieran porque, en la medida en que se mantengan los precios, se mantienen los ingresos de Hacienda. El Gobierno y las compañías petroleras multinacionales harían bien, ya que se han beneficiado a costa de nuestros bolsillos, en explicarnos las verdaderas razones de estas subidas meteóricas y estas bajadas plumíferas, difícilmente comprensibles para los humildes mortales.

En este ambiente tan violento y confuso es donde tenemos que celebrar el Nacimiento del Niño Dios. ¿Nos dará el corazón para tanto?

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