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Árboles mágicos celtas
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Árboles mágicos celtas

Actualizado 22/12/2014
Javier González Alonso

Entre los pueblos prerromanos que habitaron la Península Ibérica destacaron los Vettones, que vivían en las zonas occidentales de Hispania, entre los ríos Duero y Tajo, en lo que actualmente son las provincias de Salamanca y Ávila, además de parte de Cáceres, Toledo y Zamora, así como en Portugal.. Estos pueblos, de los que descendemos los salmantinos, se caracterizaron por tener un marcado carácter guerrero y ganadero, manteniéndose ese carácter incluso tras la conquista romana. Fue Julio César el que hizo que la población abandonase los castros, siempre situados en zonas altas, y bajase a los llanos, prohibiendo la construcción de fortalezas. Esto modificó notablemente la organización territorial, aunque siguieron estableciéndose en pequeños núcleos. En todos los lugares dónde encontremos un verraco de piedra, una de sus creaciones más características, podemos afirmar que allí hubo asentamientos, pues les conferían un papel mágico de protectores del ganado [http://bit.ly/1JzrYJE].

Qué triste me resulta comprobar que los descendientes de aquellos Vettones, los actuales salmantinos, menosprecien todo lo que sus antepasados adoraban, limitándose a ver exclusivamente a valorar su rendimiento económico. Para los celtas, los árboles siempre fueron elementos sagrados, integrados totalmente en su concepción del mundo. Los tótems de muchos clanes eran tomados de algunos árboles; en las luchas tribales, el contingente atacante intentaba destruir el árbol sagrado, Bile, de la tribu enemiga, para así desconectarlos de sus guardianes; los encuentros tribales tenían lugar bajo determinados árboles sagrados, donde se aprobaban sus leyes, fueran seglares o religiosas; la astrología celta estaba basada en la estacionalidad de los bosques; los Druidas, tras morir, se convertían en árboles sagrados, velando por el bienestar de su pueblo. Hasta nosotros ha llegado la expresión "tocar madera", precisamente por ese carácter sagrado en que los celtas dotaban a los árboles; o cuando hablamos de "hojas" de los libros, pues los druidas enseñaban en parajes al aire libre, siendo sus libros las hojas de los árboles, teniendo cada una un significado, que había que juntar y leer.

Unos árboles eran más respetados que otros. Por ejemplo, el Roble, el Fresno y el Espino forman una trilogía mágica, al igual que el Manzano con el Avellano, o el Fresno, con el Acebo y el Sauce. Cuatro de ellos, el Roble, el Cedro, el Nogal y el Manzano, estaban directamente relacionados con cada solsticio. Esto hacía que, según la fecha de nuestro nacimiento, todos estamos enlazados con alguno de los árboles sagrados, concediéndonos sus virtudes y, por tanto, determinan nuestra personalidad. Cada árbol era un ser consciente con alma al que respetaban, llegando a ritualizar la poda, o que, a la hora de cortar hojas, o ramas, con la que hacer las medicinas o amuletos, debía consagrarse y exclusivamente se cortaba lo que se necesitaba con dagas de oro.

Otrora adorados por su nobleza o carácter sagrado, aún cuando no crecieran en las zonas que originalmente habitaron, si bien fueron incorporados a su panteón, destacaban siete árboles jefes: el Roble, venerado por su tamaño, belleza y bellotas, era el más magnífico de todos los árboles, símbolo de resistencia, poder, fuerza y longevidad; el Avellano, apreciado por sus nueces y zarzos (ramas delgadas), era considerado el árbol del conocimiento y la adivinación; el Acebo, cuya madera era utilizada en lanzas para carros, era el símbolo invernal; el milenario Tejo, usado para fabricar vasijas caseras y petos, poseía el significado cíclico de la vida y la muerte; el Fresno, utilizado para construir el trono real, además de las varas de los druidas, era el árbol de la vida; el Pino, cuya madera servía para hacer punzones, y; el Manzano, apreciado por sus frutas y su corteza, que servía para curtir pieles, era el símbolo de la inmortalidad, representación de la perfección y la pureza, y sus flores signo de amor, juventud y fertilidad? aunque demonizado por la cristianización posterior.

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