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A propósito de viajes, vacas y hombres
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Paz y Bien

A propósito de viajes, vacas y hombres

Actualizado 15/12/2014
Rubén Martín Vaquero

Mi abuelo, al igual que su abuelo, fue una vaca.

Una vaca insignificante, pero con nombre propio, de las que ordeñaban al amanecer y en las anochecidas; y uncían a un yugo para formar una yunta; y tirar de un carro; y labrar las obradas; y trillar una parva de garbanzos; y que media docena de veces a lo largo de su vida la echaban al toro, para que nueve meses después pariese un ternero que continuara la cadena.

Lo que se dice una vaca vulgar, que comía hierba, heno, paja o grano, y que en primavera la sacaban a rumiar y a ventosear en las dehesas boyales.

Una vaca común, que tenía que esperar a morir para ascender de categoría, cuando por obra y gracia de vete tú a saber quién, su carne vieja se transmutaba en chuletones de buey.

Nunca supimos cómo, pero cuando mi padre tomó conciencia de que también era una vaca del montón, siguió los pasos de los abuelos. "Siempre tuvieron hierba, paja, heno, grano y un establo caliente" ?se justificaba. Y si le dejaban pensar, añadía; "Y hasta nombre propio y un prado comunal en primavera para peerse".

Con estos antecedentes, y mis naturales querencias, estaba abocado a ser una vaca más de las de por ahí, pero los tiempos se han vuelto extraños. Ya no hay yugos, ni yuntas, ni carros, ni parvas, ni hierba, ni paja, ni grano, ni heno, ni toros, ni nombres propios, ni primaveras en dehesas boyales.

Paso los años en un cubículo sin ver el sol; como un aserrín que llaman pienso; han amuñonado mis cuernos; y me han puesto un filtro en el culo para que mis flatulencias no envenenen el aire. Y aunque han convertido mis tetas en cántaras, no dan saciadas las ansias de unos artilugios mecánicos que me cuelgan de los pezones. No me reconozco.

Pues a pesar de los pesares, lo que me tiene desconcertado es la falta de privacidad. De vez en cuando me visita un hombre con una bata blanca y me planta un termómetro en el vestíbulo de mi intimidad. Ignoro las señales, pero cuando lo considera pertinente se remanga, se calza un preservativo hasta el sobaco y me introduce la mano y el brazo por la vagina. Algunos días se emociona e intenta meterme el hombro? y hasta la cabeza. Tanto sentimiento obliga, y como quiero corresponder a su entusiasmo, estoy pensando en abandonar la idea de ser una vaca vintage. Es lo que tiene el amor.

A lo que no estoy dispuesto a renunciar es a que mi carne viejuna se transmute en buey.

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