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Plegaria de los páramos muertos
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Plegaria de los páramos muertos

Actualizado 01/11/2014
Antonio Colinas

Gracias por la muerte de estos montes

y por la de estos pueblos, en los que sólo las piedras

se mantienen con vida;

gracias por estos negros páramos del invierno

en los que la tierra asciende a los cielos

y las nubes descienden hasta tocar la tierra;

gracias por esta hora de todos los vacíos

en la que se intuye un final.

De tanta pureza y soledad, de tanta muerte

sólo puede brotar una vida más cierta.

Gracias por la noche, que a punto está de llegar

con la bondad de sus nieves,

y por ese perro vagabundo

que prueba a calentar con su hocico

el estanque helado

para extraer un poco de agua;

gracias porque no nos hemos cruzado

con ningún ser humano

para pulsar el dolor,

y por la pana remendada de parcelas y prados,

que conservan como un tesoro

las heridas de los disparos,

los tizones de los últimos incendios;

gracias por los frutales grises de los mínimos huertos

y por las colmenas adormecidas,

y por la casa cerrada desde hace muchos años

de la que no se conoce su dueño.

Y, sin embargo, en este anochecer,

yo quisiera ofrecer lo mejor de mi vida

a toda esta muerte;

yo quisiera cambiar todo el gozo y el oro

que hubo en mi vida

por la contemplación (desde estos páramos negros)

de las montañas últimas.

Porque aquí empezó todo para mí,

porque cuanto he sido, y soy, y digo,

nada sería sin las raíces de las luces frías,

sin esos senderos impenetrables

que sólo han recibido la visita

de los rayos amargos.

Por eso, quiero ser esa lastra ferrosa

bajo la que duerme la víbora,

o la yerba tan fuerte, o su escarcha,

que el sol no logró deshacer a lo largo del día.

Quisiera arrodillarme como tapia abatida,

como pinar abrasado.

No deseo ni puedo volver hacia atrás la mirada,

desandar el camino (¡tan largo!) recorrido,

pues ya sé que, vacío,

en la hora en que todo ya parece morir

a punto está todo de nacer.

La mirada vuela sobre la fosa del valle

(sobre la fosa de la vida),

hacia la gran mole coronada de silencio,

hacia la cima que alberga los misterios.

Gracias por este anochecer

en el que me he quedado entre las manos

con las pobres, escasas semillas

de las que habrá de germinar luz perpetua.

En el anochecer de los páramos negros

estoy solo y profundamente en paz.

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