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Todos los santos
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Todos los santos

Actualizado 31/10/2014
Juan Robles

Por esas desviaciones de sentido que padecen con frecuencia los acontecimientos humanos, la fiesta de todos los santos ha venido a evocar más bien el día de todos los difuntos, cuando en la tradición auténtica las dos fiestas son netamente diferenciadas: la de Todos los Santos conmemora a la multitud de cristianos que suponemos gozando de la felicidad de Dios en el cielo, mientras que la de Todos los Difuntos es una jornada de intercesión por aquellos difuntos que puedan tener alguna necesidad de purificación antes de unirse a la multitud dichosa de los Santos.

A la confusión contribuye generalmente cada año el hecho de que la jornada de los difuntos no suele ser día festivo y entonces se aprovecha la fiesta de todos los Santos, que sí lo es, para rezar los responsos correspondientes y visitar las tumbas de nuestros muertos en los cementerios. No es el caso de este año, ya que el día de los difuntos coincide en domingo y se podrá dedicar esa fiesta dominical para cumplir con los difuntos.

Para la Iglesia, la jornada festiva de primera categoría es la de Todos los Santos. Es verdad que esta fiesta estuvo inicialmente ligada al recuerdo de los mártires, que habían dado su vida por la fe en Jesucristo liberador, que los había coronado con la corona del triunfo sobre la muerte y la maldad del maligno y de los enemigos de la fe cristiana.

Los cristianos vamos celebrando las fiestas de los diversos santos más conocidos a lo largo de todo el año. Pero parecía conveniente celebrar también en este día de Todos los Santos a aquellos que no tenían un día propio en el calendario religioso.

Invocándolos a ellos, nos podemos asegurar su intercesión delante del Dios de la vida y conseguir su ayuda y las bendiciones de Dios mientras peregrinamos por este mundo. Pero, al mismo tiempo, nos estimulan a seguir sus pasos y conseguir también nosotros la corona de gloria de que ellos están ya adornados en el cielo. Podemos reconocerlos como bienaventurados y confiar en que también nosotros podremos seguir sus pasos y conseguir los premios de la vida eterna.

San Pablo llama santos a todos los creyentes, a todos los bautizados, a los seguidores y discípulos de Cristo, el Santo de los Santos. "Sed Santos como es Santo vuestro Padre celestial", dice Jesús en el evangelio de San Mateo (Mt 5,48).

En estos tiempos en que tantas violencias, robos y extorsiones se descubren por todas partes, y en que hasta nuestros mismos políticos se encuentran embarrados y manchados con tantas trampas y prácticas egoístas e inhumanas, no está mal volver un poco la mirada a tantos hombres limpios y generosos, que han vivido su vida bajo la orientación y la senda de una vida recta y elevada por encima de tantas miserias humanas.

Sigamos las tradiciones de los buñuelos y de los huesillos de santo, pero renovemos, sobre todo, nuestra esperanza y nuestras aspiraciones a una vida santa y dignificadora de la realidad humana. Porque celebramos la multitud de santos que nos preceden en el cielo, podemos esperar también nosotros seguirlos en la bienaventuranza definitiva a la que aspiramos.

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