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Bienaventurados los poetas, Otoño
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El tema de nuestro tiempo

Bienaventurados los poetas, Otoño

Actualizado 01/11/2014
Matilde Garzón

"Un buen libro es aquel cuya lectura nos convierte en personas distintas y mejores de las que éramos?" dice Almudena Grandes, y José Luis Puerto en una charla que dio en la Casa de las Conchas nos ayudó a elegir, seleccionando 10 obras literarias. Con sorpresa para todos, empezó con libros bíblicos, y precisamente con las Bienaventuranzas de Mateo y Lucas. Me pregunto: ¿Es frecuente hoy la lectura de los Evangelios? ¿Son "las Bienaventuranzas" el texto más leído?.

No se conoce una proclamación más audaz de la Felicidad porque la palabra felices o bienaventurados se repite paradójica y machaconamente como una anáfora, al comienzo de cada afirmación: sobre los pobres, los que lloran, los mansos, los compasivos, los limpios de corazón, los pacificadores, los que tienen hambre de justicia, los que conciben la vida como un compromiso (pobres de espíritu), los que sufren persecución. Muchos teólogos afirman que en esta proclama de Jesús está el meollo del Evangelio, lo que debería predicarse e incrustarse como la gran Verdad de la Vida porque como parafraseó José Luis, es la "mirada hacia la humanidad marginada, perseguida, dolorida, injustamente tratada", es el "territorio de la fraternidad". En paralelo discurre la canción de María que conocemos como "El Magnificat". Ella se siente feliz y salta de gozo porque Dios ha mirado su insignificancia y ha hecho en ella cosas grandes, ha comprendido la misericordia de Dios hacia los pequeños, los pobres, los hambrientos a los que rehabilita. En esta línea podíamos continuar hasta el infinito e incluso aplicar las bienaventuranzas a muchos poetas que han recogido las vibraciones del espíritu del pueblo, han gritado "su poesía para el pobre" (Gabriel Celaya), han reclamado la tierra para todos: "decidme en el alma- de quién, de quién son esos olivos" (Miguel Hernández), han impulsado a la acción, al amor, al júbilo: "Hijo ?no te rindas?"; "No te quedes inmóvil? ?no congeles el júbilo ?no quieras con desgana?"; a dejar la comodidad y el egoísmo; "No te salves ahora ni nunca ?no reserves del mundo ?sólo un lugar tranquilo" (Benedetti).

Ellos han sufrido las consecuencias del compromiso de su poesía, con exilios, cárceles, enfermedades, marginación, pobreza, muerte.

"Tuya es la hacienda -la casa,-el caballo -y la pistola. -Mía es la voz antigua de la tierra.-Tú te quedas con todo ?y me dejas desnudo y errante por el mundo?" (León Felipe). También han encontrado la felicidad en esa desposesión: "pues por fin como los dioses vivo, y más no anhelo" (Hörderling). "Es precisamente ese instante de máximo vacío el que permite que el tiempo de pronto discontinuo respire de nuevo y viva?" "Todo [es] relativo, excepto esa enamorada, misericordiosa mirada hacia cuanto existe ?" (María Zambrano).

Los poetas, cómo los profetas, han intuido siempre una realidad divina que nos transciende y nos invade (Ef. 4.6): "únicamente creen en lo divino aquellos que también lo son" "Una vida nueva vuelve siempre a nuestra humanidad" (Hörderling).

Con razón María Zambrano, tan zarandeada por las rutas de su propio exilio, dedicó un tratado a los "Bienaventurados"; describe al poeta como "ser levantado en rebeldía contra la injusticia y la crueldad, contra todo cuanto negaba al ser humano", y le llama mártir: "Todo poeta es mártir de la poesía".

Vintila Horia, cuando empezó a vivir la trágica experiencia de su exilio, se encontró en el espíritu con el poeta latino Ovidio y nos dejó el bello relato del largo y doloroso destierro en Tomis, junto al Mar Negro. Pone en su boca palabras de anhelo y esperanza: "¿Quién llevará la palabra de paz a los hombres que sufren? Los hombres encontrarán esa Palabra como una flor extraña al borde de un largo camino"

Es conmovedor contemplar al niño Juan de Yepes asistiendo a los enfermos del Hospital de Bubas de Medina del Campo, recorriendo descalzo las calles en busca de pan para su familia y otros pobres, y, ya carmelita Juan de la Cruz, escribir las sublimes estrofas del "Cántico Espiritual", encarcelado en el estrecho cuchitril del convento toledano de calzados.

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Como el mejor poeta, como caminate y cantor de los caminos, como hombre de tantas pérdidas, curtido por el dolor, la soledad, el desprendimiento y la muerte en el exilio de Colliure (Francia), hace 75 años, traigo a esta danza de los bienaventurados, a Antonio Machado, cuando Otoño intenta bañar de melancolía el brillo del Sol.

Porque Machado, el humano poeta de la melancolía, tiñó el Otoño melancólico de suaves tonalidades doradas y violetas y lo hace humano: la niebla es maternal, la tibia tarde de noviembre cárdena y violeta es una tarde piadosa; el viento es tibio aliento, que ondula los céspedes, la alameda conversa con el viento?

Machado se hermana con la estación del decaimiento, de la caducidad y humaniza la naturaleza, hasta llegar a una unión mística con ella: sueña-siente que brota en su corazon una fontana escondida, manantial de nueva vida, que gusta la miel que doradas abejas fabrican en él con sus viejas amarguras, el calor hogareño de un ardiente sol, que a Dios mismo siente. Sólo el que tiene experiencia mística puede escribir estas palabras. Y es que Machado debió de alcanzar esas cumbres de los bienaventurados.

El Otoño es un tiempo que puede conducirnos a la melancolía o a la depresión, pero es una estación bellísima de colorido, de dorados y suaves tornasoles, con místicas puestas de sol. Es tiempo de encuentro con uno mismo, en dulce recogimiento y reflexión; de encuentro con otras personas, de encuentro con Dios. Es un tiempo de ampliar y recrear nuestro interior, con lecturas más pausadas y profundas, con meditación y apertura de nuestra sensibilidad a los sufrimientos que afectan a miles de seres humanos. El Otoño en Machado se ha personificado, y si como él, sabemos vivirlo intensamente, es el tiempo más próximo a la ESENCIA de nuestro ser. Muchas culturas lo han hecho predecesor del Sol naciente, del Dios que baja a hermanarse con los hombres.

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Resuena todavía el interrogante de Alberti con la música de Manolo Díaz y Juan Seuva: "¿Qué cantan los poetas, poetas andaluces de ahora?? Pero, ¿dónde los hombres?" Y la palabra de León Felipe: "Todos andan buscando, Sancho, una paloma por el mundo y nadie la encuentra --Pero ¿qué paloma es la que buscan? --Es una paloma blanca que lleva en el pico el último rayo amoroso de luz --que queda ya sobre la tierra" Hay personas que reparten tiempo, habilidades, ternura sin recibir nada a cambio; Miles de jóvenes, sin miedo, luchan hoy por el pan y la libertad pero Ricardo Cantalapiedra pregunta: "¿hay poetas que sin alforjas ni dinero, animen, acompañen y canten esos cotidianos o circunstanciales heroísmos?"

Busquemos a esos poetas, a esos hombres y mujeres santos.

Tal vez por todo eso, el pueblo ha querido una Fiesta que recuerde a todos esos santos de las Bienaventuranzas, sin calendario, ni canonización, los que "de toda tribu, nación, raza", de cualquier tiempo, alcanzan la plenitud porque "lavaron sus túnicas con la sangre del Cordero".

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