En er mundo

Incapaz de escribir sobre la actualidad española por haber pasado una semana en el extranjero, en Londres para más señas (donde daba la sensación de que no habían oído hablar nunca de los apellidos Pujol ni Pantoja), no tengo más remedio que escribir sobre ese tiempo pasado fuera y ajeno a todo lo nacional ya que no tuve ningún momento de revelación como el que la Piquer nos narra en su pasodoble En tierra extraña cuando en tierra extraña le sorprende desde un gramófono la música de Suspiros de España que le hace estremecer y es que, la verdad, si uno no se emociona con eso es que no tiene sentimientos por muy independentista que se sea porque la cultura sí que debería de ser independiente. Así que aprovecho para titular castizamente con el nombre de otro pasodoble (título seguramente no aceptado por el nuevo diccionario y que mi corrector de texto rechaza y subraya en rojo) que quedó imborrablemente unido para muchos de mi generación a la maravillosa película El sur de Víctor Erice, rodada precisamente aquí al ladito, en Zamora, que nos nutrió de sueños y nos ayudó a confiar en que, en un país recién salido de una dictadura, la salvación nos llegaría por el arte y esa luz que sabía capturar Erice.

Eso de viajar en época laboral parece cosa de jubilados aunque muchos hijos de todas las edades vi acompañando a sus padres y mucha excursión escolar también. Y bastante español en crisis que me mantenía al tanto de sus preocupaciones, a mí y a todo el que estuviera cerca por mucho que no quisiéramos enterarnos, porque hay que ver lo alto que hablamos los españoles -ahí, ahí le andamos con los italianos- en los autobuses, vagones de metro y lugares comunes como museos y restaurantes. Bueno, cosa de jubilados y cosa de ricos también porque en esa ciudad carísima donde te sorprende al principio que la información de letreros y carteles está solo en un idioma y no necesite la ayuda de su traducción al inglés lo que sí hay son ricos. Y ricas: he visto muchas mujeres jóvenes con la cabeza envuelta en un pañuelo y la sonrisa en la boca o enteramente tapadas de negro hasta los ojos con la tarjeta de crédito echando humo en las secciones de perfumería y joyas de Harrods. Te hacían plantearte un montón de interrogantes de género cuando luego veías en BBCnews los escasos avances logrados en el rescate de las niñas nigerianas secuestradas por Boko Haram.

Lo más triste de todo es que tengo que terminar con un chiste que pillé también sin querer (también los ingleses ríen en alto) entre los camareros del hotel que bromeaban sobre la nueva manera de llamar a España que sería el país "Noentiendo" pues es lo que indefectiblemente les contestaban algunos huéspedes del hotel, los españoles enseguida detectados, a la pregunta "Where are you from?". Y no es que los ingleses hablen mucho castellano pues están convencidos de que todos los demás haremos un esfuerzo por aprender su idioma y llevan razón, porque -y aquí sigo las ideas del filólogo poco complaciente Juan Ramón Lodares- es el negocio el que hace que un idioma se expanda y no decretos legislativos que obliguen a hablarlo. Bueno, Lodares se refería, creo, a los tiempos previos a educación infantil universal y a la llegada de la televisión controlada por el poder. Los tiempos han cambiado.