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Detesto el libro de texto
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AMOR Y PEDAGOGÍA

Detesto el libro de texto

Actualizado 29/09/2014
Sagrario Rollán

En el Fedro relata Platón una hermosa historia acerca del invento de la escritura que me parece de plena vigencia. La escritura es presentada por su inventor el dios Theut como el elixir de la sabiduría, sin embargo Thamos le responde que, muy al contrario, dicho invento aletargará las mentes y volverá a los hombres distraídos y olvidadizos, al fiarse de lo que está escrito, y, en el colmo de la estupidez, hará a los "escribidores " vanidosos, pues creerán que son sabios, solo por poseer ese arte o herramienta.

Se me antoja que podemos aplicar el mito al papel que ocupan los libros de texto en nuestras aulas y mercados. Ley (de educación) va, ley viene, los libros se engordan y se encarecen, papel couché, ilustraciones a todo color, gráficos, mapas conceptuales, cuadernillos para rellenar sin esfuerzo, etc., engrosan el libro y la polémica está servida, pues entonces surge la deriva de las frágiles espaldas de nuestros niños (invertebrados) que tienen que acarrear literalmente pesados fardos, que en realidad no sirven para gran cosa ni mejoran los resultados de nuestra educación.

Evoca María Zambrano (1904-1991) en Claros del bosque su aprendizaje filosófico y la vocación del conocimiento como un ir paseando y escuchando de aula en aula, de oídas, atenta a las mínimas variaciones y cadencias de un maestro (maestro lo fue, y de veras para ella, Ortega y Gasset), como quien va caminando atento y expectante, por el bosque, de claro en claro, dispuesto a descubrir algo nuevo e insólito.

Infiero que el libro de texto entorpece este aprendizaje por parte de nuestros alumnos, desvía su atención, anula la creatividad y la autoridad del profesor ( autoridad, autoría), que debería ser el verdadero autor de su clase en diálogo con sus alumnos, además de destruir en tanto que peso muerto la ligereza de cuerpo y de espíritu que requiere la atención de unos y otros.

Volviendo a Platón, la palabra escrita no puede responder cuando se le pregunta, necesita un intérprete, interlocutor, maestro. La verdadera escritura es la que "se graba en el alma del que aprende"

El libro propiamente desvirtúa y dispersa, amén de otros inconvenientes que señalo a continuación, suscribiendo a Neil Postman (1931 ? 2003). El libro de texto impide que el verdadero libro entre en el aula, y en consecuencia el verdadero pensamiento. En tanto que presenta de manera sistemática todos los hechos y procesos históricos y científicos, dogmáticamente cerrados, como si no hubiera discusión posible, errores ni dudas, el libro de texto evita cualquier esfuerzo de crítica, no se atisba por ningún lado entre sus páginas la fragilidad y ambigüedad de conocimiento humano, al modo de Descartes. "Ejercita tu espíritu, vitalízalo" espoleaba nuestro Don Miguel, a sus interlocutores, lo cual es imposible ante el conocimiento así cerrado en un libro de texto, producto consumible, como los precocinados y los potitos, que ni siquiera hay que calentar, solo verter en una mente ya bastante abarrotada por la publicidad, los pequeños dispositivos tecnológicos y tantas otras distracciones. Dicho producto ni nutre ni estimula el anhelo del conocimiento, lo que se ha digerido a la fuerza por una memorística ahíta de nociones sin sentido, se regurgita en un examen igual de irracional.

Los libros de texto son, en definitiva, un producto detestable, y uno de los principales enemigos de la educación, en cuanto promocionan el dogmatismo y el aprendizaje trivial e insulso, por no decir los errores que acumulan en las nuevas y rápidas ediciones facilitadas por los sistemas informáticos, y los "corta y pega" . No hay que explicar, tampoco comprender ni reflexionar con los compañeros de una materia, y ni siquiera plantearse algún tipo de prueba, el examen tradicional avala al libro de texto. Ni reflexión crítica, ni didáctica, ni investigación, ni amor al saber, ¿para qué? Si todo está en el libro que detesto.

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