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¡Es la comunicación, estúpido!
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¡Es la comunicación, estúpido!

Actualizado 01/10/2014
Manuel Alcántara

Las personas necesitamos fórmulas simples para, en teoría, entender los problemas complejos. Los teóricos del conocimiento las denominan atajos cognitivos. El mayor éxito de estas técnicas es conseguir que su enunciado se reduzca a una palabra. Un vocablo suficientemente ronco a la vez que fácilmente comprensible para la gran mayoría que, a la vez, tenga una fuerza explicativa adecuada. Un latigazo verbal que acalle al más díscolo y que genere asentimientos por doquier. Una bandera sonora nítida que llama arrebato sin que se cuestione su reclamo. En imágenes cinematográficas es el sutil mayordomo al que se le puede echar la culpa de todo identificándole con el malo de la película.

En la campaña electoral presidencial norteamericana de 1992, cuando Bill Clinton frustró la reelección de Georges Bush (padre), se acuñó la frase "¡es la economía, estúpido!".Los republicanos se enzarzaron en un sinfín de argumentos, entre ellos la primera guerra de Irak, para avalar su teórico buen hacer y denunciar la bisoñez del joven candidato que entonces contaba con cuarenta y seis años que les auguraba pretenciosamente una indudable superioridad. Nunca repararon que lo que de verdad importaba al votante mediano era el relativamente, si se compara con lo que vino después, mal estado de la economía, y los problemas enquistados en la educación y en la sanidad. Clinton lo supo ver y ganó las elecciones superando en más de cinco millones de votos a Bush.

El mantra de la economía hoy parece superado por el de la comunicación. Pero lo curioso del caso no es que, como todos bien sabemos, la economía haya dejado de ser un problema; de pronto todo pareciera que es un asunto comunicacional. El paro, la deuda, el déficit, la incompetencia de un determinado plan de gobierno solo son un problema si se comunican mal. De un político se dice: "es que comunica mal", constituyendo el peor juicio posible. La forma se sobrepone al fondo porque este queda eclipsado y se impone la pereza mental a la hora de hacer un profundo análisis. El relato y su configuración se sacralizan como recetas omnímodas cuya composición augura éxitos inequívocos iluminando el apagón mental de una sociedad alienada. No importa la banalidad, ni la impostura, ni menos aún la atinencia. Bajo el señuelo de comunica que algo queda los gurús del ruido se han hecho con el control del teatro en el que vivimos.

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