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No tenemos remedio
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No tenemos remedio

Actualizado 21/09/2014
Maguilio TAVIRA

No sé si existirá algún país en el que la gente que trabaja en los hospitales se lleve para su casa gasas, tiritas, esparadrapo, jeringuillas desechables ?; donde la gente que trabaje en la Administración Pública surta su hogar, gratuitamente, de bolígrafos, folios, grapas, grapadoras, clips ? cogidos de la oficina; en el que la gente que preste servicios en la limpieza de las contratas surta los armarios de sus hogares con mochos, fregonas, papel higiénico, lejía ? que se lleven del trabajo y en el que, en fin, se piense incomprensiblemente que lo que es de todos no es de nadie y se puede, en consecuencia, apropiar particularmente expropiándoselo a la sociedad, sin darse cuenta de que, al revés, lo que es de todos es eso: de todos; o sea, de cada uno.

Si existiera ese país, tal vez fuera también un lugar en el que las gentes se detuviesen en las aceras con carritos de la compra, cochecitos de niño o perros sin importarles el entorpecimiento que hacen de la deambulación y sin quitarse de en medio cuando los demás tratasen de pasar; en donde los conductores aparcasen ocupando dos plazas ?de propósito, para precaver rayones-; en el cual importase el necesario descanso nocturno mucho menos que el arbitrario antojo de algarabía; donde no se respetasen las colas, se utilizara la sauna sin toalla y se llegara sistemáticamente tarde a todo, disponiendo groseramente del tiempo del puntual que está esperando ? en el que, en fin, el respeto por el otro brillase escandalosamente por su absoluta ausencia.

En ese hipotético país la gente pediría a los profesionales que no le emitiesen factura -para defraudar el IVA- y, probablemente, también los empresarios darían de alta a los trabajadores por menos horas que la jornada real y habría parados trabajando mientras perciben, al tiempo, la prestación o el subsidio de desempleo.

Si en ese país, además, se percibiera ?por la circunstancia que fuese- que todas esas actitudes carecían del necesario escarmiento ejemplarizante, la gente, junto a la ausencia de freno ético, carecería también del reparo punitivo.

Si ese país existiera, sería un lugar donde robar se considerase natural, e incluso normal, y se llegara tal vez a estigmatizar y marginar al honesto que no se quiere llevar para su casa nada que no sea suyo, propio y particular, lícitamente adquirido; un sitio en el que las gentes respetuosas, cívicas o solidarias fueran vistas como bichos raros ?dado que evidentemente no serían lo más abundante- y se terminara por excluirlos del grupo también.

En esa sociedad, digo, ignorar los derechos del prójimo (en sentido etimológico; próximo, vecino) y succionar desvergonzadamente los recursos ajenos en provecho propio y exclusivo sería, no ya un ilícito execrable, sino una actividad económicamente rentable. En tales circunstancias ?lo lucrativo mejor que lo ético, la ontología sobre la deontología, lo rentable sobre lo debido- no sería extraño que en esa hipotética nación, digo, tendieran a generalizarse y se incrementaran actitudes sociológicamente autodestructivas.

En esa sociedad se llamaría ya normal a lo frecuente aunque objetivamente lo frecuente fuera antinatural y el respeto de la norma sería tan raro que se llegaría a ver como insólito lo que debería ser costumbre y, probablemente, comenzarían a marginar al raro, al cumplidor, al respetuoso.

Si ese país existiera, y su espectro sociológico mayoritario se correspondiera con el que acaba de pintarse, sus políticos serían elegidos de entre sus ciudadanos y adolecerían, como éstos, de sus mismos males. Es decir, robarían, se apropiarían de lo público, defraudarían, estafarían, engañarían, eludirían principescamente impuestos, evadirían capitales a Andorra, meterían intrusos en los ERE ?

O sea, no tendría remedio, y su destrucción sería inminente.

Y ante semejante panorama, la cuestión fundamental es si se había llegado a tal situación por el nefando ejemplo de los personajes públicos o si los personajes públicos no podían dar otro ejemplo al provenir de esa sociedad podrida.

¿Qué opción será la correcta?. Personalmente me inclino a pensar que ambas: estamos en el aterrador vórtice de un ciclón vicioso cuya salida no atisbo.

Condenados a la autodestrucción por exceso de egoísmo y falta de sensatez, por hiperestupidez e hipohonestidad.

¡Pena de gente, tú!

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