Lágrimas negras

Después de dar las gracias al "Cigala" por el título, vamos a hablar de la noticia que no cesa. Una noticia de la prensa negra tan repetida como la piel de África y mucho más importante que cualquier noticia de la prensa rosa. Pero me mojo en asegurar que si llegara Madonna a España el número de periodistas y fotógrafos que correrían a recibirla sería mayor que los guardias que vigilan las fronteras de Ceuta y Melilla. Y con esto no quiero decir que los efectivos sean escasos.

La pasada semana se nos han roto las barreras de nuestra capacidad de sorpresa. "Es la mayor oleada de inmigrantes de la historia", decían en la CE. Y es verdad, las cifras no engañan. Pero no es menos cierto que todo esto es un juego de ajedrez norte-sur en el que algún país, jugando con negras, a veces también consigue la victoria.

África tiene un millón cien mil habitantes, más de veinte veces nuestro país, y no nos engañemos, todos no los pueden absorber Marruecos y España. Aparte de que cada país tiene su propia idiosincrasia, pues para Marruecos esto es como la entrada de turismo pero a la inversa, y de alguna manera tiene que sacarle dividendos.

La lógica nos dice que no le debe ir mal, pues cuando relaja su profesión de ser gendarme de Europa ?dos días la semana pasada?, no sé cuál será el revulsivo, ya que, a posteriori, la vuelta al trabajo la realizan con total disciplina y contundencia. Ni en los peores momentos de la esclavitud se hubieran sacado mejores instantáneas.

¡A palos! Sí, ¡a palos! A palos con el anfibio inmigrante. Y me duele más lo de nuestros agentes, que actuando de manera civilizada, sin embargo tienen que colaborar con tal barbarie. Al menos en mi nombre que no lo hagan.

Faltan tantas luces para resolver este gran problema, que los inmigrantes son los que menos culpa tienen. Si al frente tienes la civilización y detrás raíces para comer y la amenaza del ébola, la malaria o la disentería, tu obligación es escuchar al instinto de supervivencia, aunque yo no sé si podría encaramarme dieciséis horas al sol sobre una valla de hierro que me abrasara. ¡He ahí su desesperación!

Y como allí se muere y las anécdotas están llenas de tristeza, quizá hubo una tan llena de ternura que no me voy a excluir de su relato, ¡y a voz en grito si pudiera! Se trata de la niña de meses, a la que pusieron de nombre Princesa, quien llegó solita, sin los padres, y lo hizo con más lógica que nadie, como Dios manda: en su cayuco de juguete.

Para mí esto es insuperable, a no ser que pudiera dar la noticia de un presunto inmigrante blanco subido a las vallas.