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José Luis Bustamante y Rivero
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El arequipeño presidente del Perú que cantó a Salamanca

José Luis Bustamante y Rivero

Actualizado 30/07/2014
José Antonio Benito

Quiero rescatar dos breves poemas vinculados con su Arequipa natal y nuestra Salamanca, que visitó por exilio obligatorio tras el golpe de Estado que le dio el general Manuel A. Odría en 1948.

Nació en Arequipa ?bella ciudad con tres volcanes y su blanco sillar- el 15 de enero de 1894. Abogado, político, diplomático y escritor peruano. Fue Presidente Constitucional de la República del Perú de 1945 a 1948, y presidente de la Corte Internacional de Justicia entre 1967 y 1969. En sus años de universitario compuso poesía; sus versos eran contemplativos y ceñidos a las formas convencionales. En un concurso promovido por el diario El Heraldo mereció un reconocimiento por su poema a la «Ciudad que fue», dedicada a la antigua Arequipa (1918). Sus poesías sentimentales y finas, como «Serenata de Antaño», «Cantares», «La Chacra», y otras, se conservan en la colección folklórica de Arequipa.

Hombre de formación jurídica y reconocida probidad, llegó al poder representando una alianza de partidos, el Frente Democrático Nacional (FDN), de la que formaba parte el partido aprista. Hecho notable de su gestión fue extender la soberanía peruana en una extensión de doscientas millas marinas, en 1947. Ha sido uno de los presidentes del Perú más íntegros. Intentó plasmar sus principios católicos de la Doctrina Social de la Iglesia en la vida pública. Quiero rescatar dos breves poemas vinculados con su Arequipa natal y nuestra Salamanca, que visitó por exilio obligatorio tras el golpe de Estado que le dio el general Manuel A. Odría en 1948:

Una parte del poema Ciudad que fue nos describe el alma de la Blanca Ciudad que durante cinco años he tenido el gusto de habitar:

La calleja que nadie transita,

la farola que nunca se enciende,

el tortuoso arrabal donde habita,

buena gente que, crédula atiende,

el relato fisgón de un granuja,

que le cuenta la historia de un duende,

o el diabólico andar de una bruja;

los conventos de frailes austeros,

con leyendas de sangre, y martirios,

y ánimas que cruzan los claustros severos,

a la pálida luz de los cirios

Desde el año 1995 al 2005 he podido gozar de lo que magistralmente describe. Y la verdad que me sentí en esta ciudad virreinal peruana, entre la sierra y la costa, amalgamando lo mejor del mundo prehispánico y el aporte español, como en casa, como en Salamanca. Sentí que la hispanidad y la peruanidad se hermanaban en lo que dice con tanta gracia mi gran amigo y maestro, el historiador Eusebio Quiroz Paz-Soldán, acerca de la identidad mestiza de Arequipa.

Vuelvo hoy 28 de julio, cuando Perú celebra las fiestas patrias, a mi Salamanca, mi queridísima Salamanca, y gozo al releer el texto de Bustamante y Rivero titulado "La ciudad de las piedras doradas":

Así la llaman los españoles. Y el turista que llega a sus puertas confirma la exactitud de este apelativo, porque, en efecto, Salamanca es eso bajo la luz de los atardeceres: un incendio fastuoso, en que relumbra como un ascua de oro la sillería parda de los muros. Salamanca es una urbe pétrea. Viejas canteras de los contornos la vienen dando, desde hace siglos, el tributo de sus piedras sillares. Blancas son éstas cuando, recién talladas y pulidas, salen de manos del picapedrero para alinearse en la tersura de los paramentos o trepar a las agujas de las torres; pero la acción del aire y el transcurrir del tiempo van imprimiendo en ellas una pátina amarillenta, que se hace pardo rojiza a medida que avanza su ancianidad. En los cristales de cuarzo que como gránulos finísimos, salpican esas piedras, enciende reflejos rubios el centelleo del sol".

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