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Con pies de plomo
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Con pies de plomo

Actualizado 31/08/2014
@santiriesco

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Resulta pesado y cansado andar con pies de plomo. Mucho más cuando se trata de una vida caminada con este calzado incómodo que te lastra e impide dar, de vez en vez, una carrerita que te ayude a eliminar toxinas y oxigenar los pulmones.

"Ándate con pies de plomo en este asunto" me recuerda uno de mis jefes con su proverbial pesimismo y su resquemor cultivado en el vivero de las desilusiones. "Paso corto, vista al frente y mala leche" sentencia mi padre parafraseando la vieja consigna atribuida al Marqués de Ahumada, o a alguno de sus sucesores mostachudos y tricorneados. Da lo mismo.

El caso es que siento cómo mi vida es un andar con tiento, un cuidado permanente, una alerta constante, un sinvivir respirando flojito, un temor continuo para evitar que nadie se sienta molesto. Y eso para un periodista que sabe mucho más de lo que puede o le dejan contar es un auténtico suplicio. Una tortura, una ascesis inmisericorde que te aflige y te constriñe con agudas punzadas de impotencia. Porque saber que un tipo es un auténtico hijoputa y no poder contarlo, ni siquiera teniendo pruebas contundentes que lo acrediten? eso es casi tan duro como quedarte sin trabajo por haber hecho bien tu trabajo. Y ahí está el quid de la cuestión. La ética entra en conflicto con la hipoteca, los valores que tantas veces he defendido echan un pulso a cara de perro con la nómina mensual, la verdad se pudre en el silencio mientras aprietas los puños con rabia y sientes la sangre espesa, caliente, derramarse por tus muñecas. Y no notas cómo las uñas van entrando en la carne porque es tanto el dolor de tu alma que la anestesia sería una redundancia.

Mi jefe y mi padre saben más por viejos que por el parentesco que nos une. Están curtidos en mil batallas y se han tenido que tragar más de un sapo para sobrevivir. Saben controlar su ímpetu, son capaces de esperar su momento, la paciencia les ha proporcionado un aceptable nivel de felicidad. Mi padre y mi jefe envainaron su orgullo antes de que el hijoputa de turno les atravesase el corazón con su acero frío, con el hierro implacable del despido amargo y sin explicaciones.

Y en estas ando. A vueltas con la ética, echando cuentas con la hipoteca. Tomando tilas, tratando de olvidar, curándome las heridas y recorriendo las zapaterías de medio mundo para comprarme esas putas prótesis de plomo que prolonguen mi vida laboral. Y al que me hable de dignidad, de libertad de expresión y de hacer honor a la verdad, que se aleje unos pasos. Sus genitales no soportarían una patada con mis nuevos y acerados pies de plomo.

11 de octubre de 2006

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