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Un asunto personal
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Un asunto personal

Actualizado 30/07/2014
Manuel Alcántara

No es el título de la novela de Kenzaburo Oé, ni la negativa con que Corleone califica una relación con un conmilitón. Se trata del juicio que ha merecido a Artur Mas saber que su anterior líder y presidente de la Generalitat durante 23 años ha mantenido una cuenta en el extranjero sin declarar y, por consiguiente, sin tributar. Jordi Pujol es un icono de la política española del último medio siglo que, retirado de la misma, no ha dejado de tener influencia. Miembro de la alta burguesía nunca necesitó vivir, estrictamente hablando, "de" la política aunque sí vivió "para" la política. Su carrera, en la que los negocios jugaron un papel muy relevante al inicio, fue el avatar de la figura inmolada en aras de "hacer país" logrando que la refriega contra su persona se entendiera como agravio a Cataluña.

La política es un quehacer en el que los que progresan rara vez son modelo de ciudadanía y con frecuencia se ensucian las manos. Cuando la gente contesta en las encuestas que los políticos no se preocupan por las cosas que afectan a la mayoría, se grita en las plazas "no nos representan", se hace sinónimo de corrupción, o es pura ambición desmedida por alcanzar o mantenerse en el poder por el poder en sí mismo, la política es pasto de la abyección. Es seguro que esto que acabo de decir solo es aplicable a un sector minoritario que, no obstante, constituye el núcleo más visible de lo que ahora algunos denominan "casta".

Hay muy poco espacio para lo personal cuando el afán es público, cuando se ingresa con plena libertad y por una teórica vocación de servicio. Quien está atareado en política puede llegar a desarrollar jornadas agotadoras que le alejan de su familia, intervenir en procesos de negociación interminables y con fuerte desgaste emocional, generar empatía y aportar soluciones en situaciones en las que un desastre natural o un serio accidente colectivo llevan el dolor a miles de personas. Pero todo ello no es un pretexto para gozar de privilegios ni eximirse de rendir cuentas. Reconocer un presunto delito tras décadas de estarse produciendo no es particularmente edificante ni desempaña el agravio por mucho que se pueda reivindicar el arrepentimiento como atenuante. Invocar la intimidad de un individuo público como coartada de un comportamiento irresponsable, que hoy aparentemente apenas si tiene costo, es obsceno.

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