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Contra avaricia, largueza
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Contra avaricia, largueza

Actualizado 27/07/2014
José Román Flecha

La necesidad de "tener" cosas es connatural al ser humano. Al alargar su mano e intentar apoderarse de lo que le rodea, ya el niño revela su deseo de ser señor de su propio ambiente.

Lo malo no es tener cosas ni desear tenerlas, sino someter la propia vida a ese afán de posesión, de forma que la persona pierda toda su libertad.

El avaro es el que no logra percibir el límite de posesiones que le bastan para vivir dignamente. Su ansia de acumular bienes es enfermiza. La avaricia refleja la inseguridad del ser humano, que necesita apoyarse en las cosas que cree "poseer" para sostenerse en pie y mantener la imagen de sí mismo que desea presentar en la sociedad.

El avaricioso aparece a los ojos de los demás como un egoísta insolidario. Le bastaría abrir los ojos para ver que otras muchas personas están necesitando los bienes que él acumula sin necesidad.

Finalmente, el avaricioso no demuestra la sana confianza en Dios que caracteriza a los verdaderos creyentes. Ese deseo de acaparar bienes le lleva a idolatrarlos y a olvidar la providencia de Dios.

San Juan de Ávila presenta la avaricia como una idolatría: "Si tienes tu amor puesto en tu honra, en un deleite bestial, en una venganza o hacienda; [si] en el lugar que había de estar Dios puesto, está otra cosa que no es Él, ¿no te diré que aquél tienes por Dios y no a Dios, a aquél honras y a Dios deshonras?"

Siguiendo la doctrina de los Padres, el Santo exhortaba a los fieles a desprenderse de sus bienes a favor de los demás: "Hermanos, no seáis cortos en dar, pues Dios es tan largo en daros a vosotros; no deis blanquillas por Dios, pues que Dios os da a su Hijo a vosotros".

Si la avaricia personal es detestable, en nuestro mundo actual, la avaricia se ha convertido en un pecado colectivo, de forma que deja al descubierto nuestras estructuras de pecado. Ya el Papa Pablo VI denunciaba el tremendo bache que se abre entre los ricos y los pobres: "Cuando tantos pueblos sufren hambre?, todos los despilfarros públicos o privados, todos los gastos ostentosos, a nivel nacional o personal, todas las carreras inacabables de armamentos, son un escándalo intolerable".

En su encíclica "Dios es amor" el Papa Benedicto XVI afirma que, en esta era de la globalización, "se puede contar con innumerables medios para prestar ayuda humanitaria a los hermanos y hermanas necesitados, como son los modernos sistemas para la distribución de comida y ropa, así como también para ofrecer alojamiento y acogida. La solicitud por el prójimo, pues, superando los confines de las comunidades nacionales, tiende a extender su horizonte al mundo entero".

Contra avaricia, largueza. Hoy la palabra "largueza" ha caído en desuso. Muchos la sustituyen por la solidaridad. Con ella se pueden vencer las tentaciones de institucionalizar la avaricia y el acaparamiento de los bienes a costa de la marginación de los más pobres.

SABIDURÍA Y DISCERNIMIENTO

Domingo 17 del Tiempo Ordinario, A.

27 de julio de 2014

"Da a tu siervo un corazón dócil para gobernara tu pueblo, para discernir el mal del bien". Ese es el núcleo de la oración que Salomón dirige al Señor, según el texto bíblico que hoy se proclama en la celebración de la Eucaristía (1 Reyes 3,5.7-12). Al Señor le agradó que, en lugar de riquezas o larga vida, Salomón hubiera pedido "discernimiento para escuchar y gobernar".

Este relato tiene una gran actualidad en nuestros días. Nos recuerda que hoy es difícil establecer una distinción entre el bien y el mal. Con demasiada frecuencia son calificadas como buenas moralmente algunas actitudes y decisiones que ponen en riesgo valores innegociables como la verdad y la vida, la honradez en los negocios y la justicia en el gobierno.

Pero este relato nos invita también a examinar nuestra personal escala de valores, nuestros deseos más íntimos y nuestras prioridades.

EL TESORO Y LA PERLA

En el evangelio que hoy se proclama (Mt 13, 44-52) se recuerdan dos breves parábolas de Jesús. Según la primera, el reino de los cielos, o Reino de Dios, se parece a un tesoro escondido en el campo. El labrador que lo encuentra sin buscarlo vende todos sus bienes y compra aquel campo. Sabe que lo que adquiere vale más que aquello que deja.

La segunda parábola nos dice que el reino de los cielos, o Reino de Dios, se parece también a una perla de gran valor. El comerciante que la encuentra después de buscarla por todas partes, vende también sus bienes para hacerse con aquella perla. También él está dispuesto a dejar lo que tiene para conseguir algo que vale mucho más.

Las dos parábolas nos enseñan que la sabiduría no consiste en la mera erudición. No es verdaderamente sabio el que conoce muchos datos, sino quien sabe tomar la decisión justa en el momento justo. Y para Jesús, la decisión justa es la de aceptar a Dios como Rey y Señor de la vida. Según Pablo VI, el Reino de Dios hace que todo lo demás se convierta en "lo demás".

LA RED Y LOS PECES

Pero el texto incluye una tercera imagen. El reino de los cielos se parece a la red que, echada en el mar por los pescadores, recoge toda clase de peces. También esta parábola nos transmite un mensaje de sabiduría.

? El Reino de Dios tiene una dimensión universal. Sin distinción de clases y de actitudes personales, todos estamos llamados a aceptar a Dios como nuestro Señor y como guía de nuestras vidas.

? El bien y el mal conviven ante nuestros ojos. En realidad, conviven también en nuestra propia vida y en el fondo de nuestra conciencia. Pero la convivencia no equivale a indiferencia. No podemos identificar el mal y el bien.

? Pero el juicio sobre el bien y el mal no es fácil. Nuestros criterios son superficiales y, a veces, muy interesados. La parábola dice que la verdadera y definitiva separación entre los malos y los buenos la harán los ángeles al final del tiempo.

- Señor Dios, necesitamos criterios fiables para guiarnos en la vida. Necesitamos conocer la verdad de los auténticos valores. Necesitamos el don de sabiduría para discernir el bien del mal. Por eso pedimos confiados la luz que viene de tu Palabra. Amén.

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