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La espada priva de triunfo a Juan del Álamo
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SANTANDER

La espada priva de triunfo a Juan del Álamo

Actualizado 24/07/2014
cultoro.com

Manzanares pasea una oreja, Del Álamo pincha dos y Morante queda inédito

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CRÓNICA DE MARCO ANTONIO HIERRO 'Sombras de Levante'

Sombra. La palabra desprende matices oscuros, añejamente misteriosos, arcanos que se esconden tras una cortina, más o menos tupida, que impide apreciar con nitidez la realidad. La sombra también te protege del sol, de la luz, del excesivo calor que puede llegar a quemarte. Y sombras hubo muchas y con muchos matices la tarde en que Montalvo lidiaba en Santander.

La primera es, tal vez, la más difícilmente apreciable para el resultadista, la más clara para el aficionao de carné y la más complicada de explicar para quien quiere reflexionar sobre un festejo, una faena o una labor. Esa, la primera sombra y la menos pertinaz de cuantas aparecieron en Cuatro Caminos, vino de Levante y llevó la firma de Manzanares. Fue el único que sumó en las reseñas y el que más fácil tiene justificar su actuación, pero no sé si el espejo, cuando llegase a la habitación, le explicaría la verdad de su tarde.

Comienza a necesitar Josemari una vuelta de tuerca en su toreo, una búsqueda sensata y cabal del camino del futuro y una razón para torear que se separe del triunfo, la gloria y la grandeza. Porque suena imposible que sean esas las únicas razones de peso para que un tío se juegue la vida, y tal vez por eso no se ajusta la realidad al resultado como no lo hace su tela en el embroque. Tiene Manzanares capacidad sobrada para manejar embestidas, empaque privilegiado e innato para preñar de belleza cada trazo y cada remate, técnica infinita para no pasar fatigas con el bueno ni con el malo, pero la sombra de hoy dejó marcada la duda con el toro del disparo. Cierto es que no apuntaba antes de pegarte el tiro, que no te decía cuándo vendría por dentro, pero también lo es que se abría una ventana en cada primer cite. No fue de trazo, ni de suavidad ni de acompañar con maestría cada arrancada la carencia del levantino. Fue de imposición, de gobierno y de apuesta de lo que adoleció su labor. Y allí le vino la sombra cuando paseó la oreja. Porque pases hubo muchos, pero ninguno fue la sombra, siquiera, del ralentí de otras tardes.

Tampoco lo fueron los que le regaló al segundo, toro de gran calidad al que le faltaron las manos para dejar de defenderse. Lo vio la plaza entera. También el presidente, que no lo devolvió al corral, quizá por evitar que le dijeran que dejaba a deber un toro. No era difícil poner a embestir al animalito. Lo complicado era evitar que su rémora en las extremidades diera con él en el suelo, y ahí anduvo solvente Manzanares, sin una sombra de ajuste.

Al contrario que Juan del Álamo, ambicioso, entregado y con la bragueta por bandera la tarde en que regresaba a la plaza que le hizo mayor. Bragueta y temple, que fue el arma que usó para transportar al tercero, toro de clase, de empuje, de franco y profundo galope detrás del trapo del charro. A ese le había aguantado las arrancadas por dentro manejando los percales, le había galleado las chicuelinas con gracia y con buena conexión con un tendido a favor. Pensaba Juan en que comenzaba su futuro aquí y ahora cuando trazaba, metido, con templado diapasón y larguísimo viaje. Le administró los tiempos, las distancias y las exigencias para que no desfalleciera un trasteo siempre a más. Pero llegó la sombra cuando la hoja de lata le tapió la única puerta de salida que conocía en Santander.

Esa fue su sombra, y una más que le llenó de barro las rodilleras del terno manzana y oro. Busca Juan los rodillazos más de la cuenta, y no es recurso de agradable digestión cuando uno es capaz de torear con las tripas al toro que la quiere coger. "De rodillas en misa, y poco rato", decía el maestro Robles, que en gloria esté. Sobre todo cuando se tienen las armas para no humillarse ni delante del toro.

Delante y a los lados se puso Morante de dos toros inservibles que llenaron de sombras su abandono de la plaza. Entonces, dos horas y pico después de empezar, ya no se acordaba nadie de las cuatro verónicas que le dejó al cuarto, porque ni la media le pudo abrochar para rematar el saludo. Intentó tirar al inválido con trapazos por abajo, se encaró con el palco esperando al sobrero y tragó con el titular porque ya entonces dejaba a deber dos toros el presidente de turno. Y los dos le adeuda al público sacrosanto que no le incendió la plaza. De ese exceso de calor le libró el estar a la sombra.

Una sombra que tapó por igual al triunfador sin orejas que al orejeado sin triunfo, y que no dejó escapar tampoco a un hierro de Montalvo al que hoy le salió la cruz. Para el que paga, lo de menos son los motivos. Para el que cobra, debería serlo no dejar ninguna sombra en el ruedo tras de sí. Todo eso, claro está, si no ofende una opinión...

FICHA DEL FESTEJO

Plaza de toros de Santander. Feria de Santiago, cuarta de abono. Tres cuartos de entrada en tarde agradable. Toros de Montalvo, justos en la presentación y sin fuelle en general. Mortecino y sin espíritu el primero; de gran calidad con las manos dañadas el segundo; profundo, entregado y con clase el buen tercero; sin fuerza, ni raza, ni espíritu el alma en pena que hizo cuarto; con genio y transmisión el humillado quinto; con calidad sin raza ni fuelle el sexto.

Morante de la Puebla (mandarina y oro): silencio y silencio.

José María Manzanares (azul pavo y oro): silencio y oreja.

Juan del Álamo (manzana y oro): silencio y ovación de despedida tras aviso.

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