La Grandeza

Resta a la grandeza su principal atributo, cual es la elevación de espíritu o, si lo prefieres, la excelencia moral, para administrar con rigor y generosidad la propia vida y nada podrás mostrar en su favor.

Para ser grandes tendríamos que cambiar el concepto que tenemos sobre la grandeza. Precisamente, la grandeza, oculta sus raíces en la pequeñez. Pero no en esa pequeñez, aliada de la insignificancia, que proclaman, desde la vulgaridad más absoluta, aquellos que nada tienen que ofrecer. La pequeñez a que me refiero, es el vacío necesario, para abordar otros planteamientos sobre la vida de las personas en su relación con las cosas.

Abunda, sin embargo, la mediocridad; los espacios donde no viven grandes ni pequeños. Allí, se levantan verdaderas moles de incomprensión, bajo cuyos escombros perecen los cuerpos antes de que las almas despierten.

Ciertamente, el mundo se construye con ese esfuerzo constante, a veces desmedido, sin control. Pero esa fuerza, no es promovida por la grandeza, ni con el propósito de eliminar las desigualdades entre las personas. Se trata de un impulso ciego, promovido por egoísmo. Este, nos obliga a trabajar sin descanso, no para hacer el mundo más justo con la riqueza que genera, sino por el incentivo del propio beneficio, por la absurda creencia de que será más fácil nuestra vida si acumulamos los bienes.

Mientras tanto, aquellos que gobiernan las naciones, no encuentran razones para cambiar el estado de las cosas. Como digo, es el propio egoísmo nuestro mayor tirano, aunque no seamos conscientes de sus exigencias. Lo cierto es que, le entregamos todas nuestras energías y, en ocasiones, nos devuelve una riqueza cruel que no ha merecido el esfuerzo. Entre otras razones, porque no la podemos disfrutar. Pues, al poco tiempo de obtenerla, acusamos la urgente necesidad de multiplicarla. Y, la vida se nos escapa en una actividad fútil, carente de valor. Un buen día despertamos como de un mal sueño y con la mala sensación de haber desperdiciado todos nuestros momentos.

Pero, la Naturaleza es sabia y nada deja sin compensación. Cada causa tiene su efecto. Este, no es mas que una respuesta necesaria para reparar los daños que ocasionan tantos comportamientos equivocados. El equilibrio siempre se impone aunque nos cueste entender las formas en que lo hace.

Quizá haya llegado el momento de cuestionar el mundo en que vivimos. Es posible que tengamos que modificar muchos de nuestros hábitos en relación con los bienes y las personas. La acumulación de objetos nunca fue garantía de felicidad; no sacian las aspiraciones más nobles de las personas, porque nos rebajan a su misma naturaleza.

Es penoso advertir que, en nuestro tiempo, sólo se gobierna para el cuerpo. El alma es un atributo que muchos desconocen y, por eso, el mundo se ha convertido en un extenso mercado. Pero hay elementos que escapan de ese mercantilismo absurdo, no podría ser de otra forma. El ser humano aún conserva la excelencia de ser único, solo tiene que reflexionar para darse cuenta de su potencial.