Animalitos

Esto de acampar en casa de los amigos tiene muchas ventajas, dilectos lectores míos, porque al final los niños de uno y otro se confunden y la cadena de montaje de darles de comer y de calzarles para salir afuera con todos los aperos de la playa se convierte en odisea compartida. No hay de otra que tomarse los días de asueto con niños de la forma más calmada posible, sobre todo cuando la niña bonita pretende llevarse dos o tres hamsters de mis amigos en la maleta y yo considero la idea de tomar como souvenir al pequeño de la casa, tan rico él, eso sí, con tablet incluida, porque el niño parece que ha nacido con la pantalla pegada a las naricitas. Estos tiernos infantes actuales que miran en la televisión aviones despanzurrados y carnicerías palestinas sin mover una pestaña son una generación tremenda. Se niegan a desayunar a gritos y hay que arrastrarlos a la ducha por la cinturilla del la ropa interior, son tres y montan el escándalo de una veintena y cuando se deciden a comer acaban con las reservas espirituales de occidente. Son soberanos y no admiten matices en la cuestión de sus deseos de independencia, no como Mas, quien ya no sabe para qué lado recular y que no le den por algún sitio malsonante. Y por supuesto, no necesitan que nadie les meta en la ejecutiva socialista, se bastan sin primarias porque lo suyo son las necesidades básicas que nosotras, como madres dilectas, tenemos que solventar a la mayor rapidez posible sin contar con los barones del partido, varones que están felizmente en el trabajo, dejándonos a nosotras toda la responsabilidad de este campamento de verano particularmente ruidoso.

Sí señores míos, heme aquí convertida en atenta esclava de los niños de mi casa, dispuesta a secar toallas, hacer bocadillos, curar ampollas y poner a enfriar botellas de agua. Claro que uno prefiere esta actividad alienante antes de ponerse a mirar la prensa y acabar recogiendo cadáveres, apostando por líderes en camisa blanca, traje ejecutivo o coleta, incendios forestales y demás culebrillas de verano. Y eso que no ha empezado agosto con su atonía sólo rota por la sangre. A veces quisiera uno ser sorda y ciega más allá de las necesidades de los niños de la casa, pero no, se imponen el dolor, la actualidad y la sensación de que todo es uno y lo mismo: odio, absurdo, falta, tragedia y chapa ensangrentada. Entonces no queda de otra que retomar a la parte amable de la vida y dar gracias por estos ratitos compartidos en deliciosa casa ajena y página digital en la que disfrutar de lo poco bueno que nos da la vida.