Pobre de mí…

Que no acabo de entender eso de los encierros. Los encierros de los toros de San Fermín. Los meten en una calle más bien estrecha para que quepan unos toros que van corriendo y algunos seres humanos, que se ponen unas veces delante de los toros y otras entre su patas, con pañuelo rojo al cuello. Y como la calle he dicho que es estrecha, naturalmente casi siempre le toca al ser humano correr entre los cuernos o bajo las patas de algún toro. Y como los toros tienen cuernos cornean al hombre, o en su caso a la mujer; y seguramente que ni se enteran de que le han metido el pitón. Y lo que no acabo de entender tampoco es por qué todos los años durante ocho días cuando abro la tele para ver si puedo enterarme de lo que pasa en el mundo me encuentro con los toros y a veces con una ambulancia que lleva a un empitonado al hospital. Debe de ser porque es una costumbre que dicen que dura desde 1922; y además las ganaderías a las que pertenecen los toros tienen nombre bonitos, como Torresbellas, que es a la que pertenecen los más bravos, los que este año ya han empitonado a uno. Bueno, el ser humano es así, le gusta ser valiente y enfrentarse al peligro y más si es un peligro bonito, como es el toro; y no le importa sacrificarle algún miembro de la especie, como a un dios totémico, en medio de la fiesta orgiástica. Y cuando terminan las fiestas el pobre ser humano se queda como alicaído, aunque todavía cantando con mucho sentimiento: Pobre de mí? se acabaron las fiestas de San Fermín.