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El polvorín de Peñaranda y la solidaridad, por Eutimio Cuesta
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75 ANIVERSARIO DE LA TRAGEDIA

El polvorín de Peñaranda y la solidaridad, por Eutimio Cuesta

Actualizado 09/07/2014
Raúl Blázquez

Relato de lo sucedido la mañana del 9 de julio de 1939 y de como toda la comarca se volcó en ayudas

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Lo del polvorín de Peñaranda sucedió el nueve de julio de mil novecientos treinta y nueve. Era domingo, un día de calor sofocante. Muchos jóvenes esperaban la hora de misa, disfrutando en estrecha camaradería en el parque municipal. Después de las once, entra, lentamente, en la estación un tren de mercancías procedente de Extremadura, que arrastraba, a la vez, un vagón de pasajeros. Según un testigo, llevaba una rueda en rojo vivo, que emitía chispas, por lo que los obreros intentaron sofocarlo echando tierra sobre el eje; desde la fábrica de calzados, las obreras observaron una humareda en el muelle; segundos después, se produjo una tremenda explosión: la mercancía, que transportaba el tren, era amonal, un explosivo altamente inestable. Las fuerzas militares de Aviación, en periodo bélico, aprovechando la adhesión de Salamanca a la causa franquista y la ubicación de un campo de aviación en el monte Araúzo, decidieron instalar en Peñaranda, para su abastecimiento, cuatro almacenes de explosivos, localizados en el muelle de la estación, en el convento de san Francisco, en "La Poza" (donde se alzó, posteriormente, la plaza Nueva), y en la ronda de los Lagares. De inmediato, a la explosión del amonal del tren, sucedió la del cercano polvorín, corriendo grave peligro el depósito de artificios, situado a doscientos metros.

Como consecuencia de la catástrofe, resultaron arrasadas la estación con sus almacenes, la fábrica de harinas "La Viguesa" y la fábrica de harinas de Alonso Marcos; se calcula que unos edificios particulares quedaron destruidos o dañados por derrumbamiento y por el incendio declarado a continuación, Y, como resultado inmediato, desaparecieron varias calles, entre las que se encontraban Rebolla, Elisa Muñoz y los Caños, lugar en que se corta el fuego, que amenazaba volar otro polvorín cercano, y que hubiese añadido daños incalculables; la fuerza de la onda expansiva rompió todos los cristales de las viviendas e incluso lanzó hierros de ferrocarril, piedras y otros objetos a gran distancia. No es de extrañar, por tanto, el número de heridos (alrededor de 1.500), que representan el 33 por ciento de la población. El número de fallecidos se cifra en más de un centenar. El Salamanca, a través de Inter ? radio, se lanzaron peticiones de ayuda sanitaria y, rápidamente, se desplazaron al lugar del siniestro fuerzas militares en ayuda de los afectados y cuerpos de bomberos de Salamanca, Ciudad Rodrigo, Zamora, Ávila, Valladolid, Medina del Campo y Madrid.

Al quedar destruido el hospital local, se hace necesaria la evacuación de los heridos; los más graves se trasladaron a la capital y a Ávila; y quienes sufrieron lesiones más leves, se repartieron por los pueblos vecinos, donde fueron atendidos por los servicios sanitarios locales, la Cruz Roja y Auxilio Social.

La destrucción de sus viviendas y el miedo empujaron a gran número de peñarandinos a abandonar la ciudad. Todos los pueblos de la comarca abrieron sus puertas para acoger a los damnificados, donde les prestaron todo tipo de ayuda y auxilio. Se hizo lo que se debía hacer ante tamaña situación de desesperación y desgracias humana y material. El pueblo de Aldeaseca de la Frontera acogió a ciento noventa personas; Rágama, a cincuenta y siete; Paradinas de San Juan, a cincuenta y cinco; Cantaracillo, ciento cincuenta y seis; Bóveda del Ríoalmar, noventa y ocho; Nava de Sotrobal, a sesenta y cuatro; Mancera de Abajo, cincuenta y ocho; Macotera, a ciento treinta y ocho y Santiago de la Puebla, a cincuenta y siete? Se habilitaron comedores en las escuelas, y viviendas donde se albergaron las familias hasta la plena restauración de sus hogares y la construcción de otros nuevos, en sustitución de las doscientos cincuenta que quedaron totalmente destruidos. Concretamente, en Macotera, se acondicionó la vivienda, propiedad de Juan Bautista, en la calle de la Plata, como centro de acogida, y el comedor de Auxilio Social incrementó su servicio benéfico con la colaboración de voluntarias e incluso de las niñas de la escuela que, por turnos, iban a servir las comidas a los damnificados.

La Hermandad Nacional de Auxilio Social envió camiones con veinte mil kilos de harina blanca; mil de arroz; mil de azúcar; quinientos de bacalao; quinientos seis de mermelada; novecientos noventa y seis de leche condensada; novecientos de leche en polvo; por su parte, la Hermandad Provincial distribuyó, durante el mes de julio, treinta y tres mil cincuenta y siete raciones de comida; durante el mes de agosto, veintiuna mil setecientas setenta y una; en septiembre, diez mil seiscientas sesenta y cuatro; en octubre, nueve mil cuatrocientas diez; además, de mantas y abrigos para trescientos damnificados; por último, Auxilio Social proporciona otras dieciséis mil setenta y cuatro comidas en julio, a través de las Hermandades locales de Aldeaseca de la Frontera, Cantaracillo, Bóveda, Paradinas de San Juan, Macotera, Santiago de la Puebla, Nava de Sotrobal y Campo de Peñaranda.

La situación se fue, poco a poco, mitigando gracias al esfuerzo, trabajo diario y sacrificio de las gentes de Peñaranda, de su comarca y de las autoridades políticas y militares.

Hoy se cumplen los setenta y cinco años de aquella fatalidad. Un recuerdo muy especial a los fallecidos, y un reconocimiento a todos los peñarandinos, que han conseguido reconstruir una ciudad nuev, acogedora y hospitalaria.

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