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Negros féretros blancos
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Negros féretros blancos

Actualizado 19/03/2019
Fernando Robustillo

Hoy día, gracias a la ciencia, no debería haber ninguna motivación para traer niños al mundo que la de hacerlos felices y que disfruten de este paraíso terrenal que, por el amor y la cultura, es en sí la vida, con la única obligación para los padres de

Díganme si no es absurda utilizar la excusa de la recaudación para jubilados y pensionistas cuando tenemos por banquillo toda la bolsa de empleo de África y, más blanquitos si prefieren, ahí están nuestros hermanos de Latinoamérica, pues para pretextos ya tuvimos suficientes con los que se daban durante el nacionalcatolicismo franquista: traer almas para Dios y soldaditos a la Patria.

¿Por qué hablamos de esto? Se lo pueden imaginar: La semana pasada en Valencia unos padres irresponsables -consumidores de droga y aficionados a los cócteles extrasensoriales- presuntamente utilizaron a sus hijos en unas prácticas irracionales, aún por determinar, por las que dan muerte a sus dos criaturas de tres años y cinco meses, respectivamente, convencidos de que posteriormente serían reencarnados en su madre.

Y si existen sucesos que nos conmocionan de manera espeluznante estos suelen ser los que tienen como víctimas a los niños, agravados aún más por la inconcebible autoría de sus progenitores.

Casos que cada cierto tiempo ocurren, ya sean ocasionados por un padre biológico -el de Bretón, juzgado y condenado por dar muerte a sus hijos sin ofrecer mayores muestras de locura que infligir un sufrimiento extremo a su madre-, u otro de padres adoptivos -caso de Asunta Basterra- o de madrastra -Ana Julia con Gabriel-, y no son los únicos aunque quizá sean de los más mediáticos, pero no por reiterados nuestra capacidad de asombro deje de responder de la misma manera: "¡es una locura!".

¿Pero cómo hacer entender que los hijos no son una propiedad? La tutoría que se ejerce sobre los hijos son una protección y guía para la educación y que aprendan a vivir en libertad y en sociedad, no otra cosa. El futuro es de ellos. Sin embargo, muchos padres ven en sus hijos la prolongación de su persona y si no es así se frustran. Y a veces esperan que consigan lo que ellos no llegaron a conseguir.

Un ejemplo relevante y enfermizo sobre lo dicho anteriormente, con resultado negativo, fue el caso de la desdichada Hildegart (1914-1933), niña y después mujer que, muy a su pesar, nunca pudo romper el cordón umbilical con su madre. Hildegart fue una hija concebida por su progenitora con el único deseo de hacer de ella una mujer tan brillante que rompiera los estigmas que impedían a la mujer disfrutar de igualdad de derechos con los hombres.

Hildegart a los dos años sabía leer, a los tres escribir y a los dieciocho era la abogada más joven de España, con una obra literaria de dieciséis monografías publicadas y ciento cincuenta artículos en periódicos, a la vez que estudiaba las carreras de Filosofía y Letras y Medicina, todo con diecinueve años en el momento de su muerte, por lo que atrajo la atención de personalidades como Ortega y Gasset, Marañón, Juan Negrín, etc.

Para la historia queda que el motivo de su muerte fue el temor de su madre de que se perdiera aquella razón para la que fue concebida su hija, "pues ella la había traído a este mundo para que se ocupase de la condición de la mujer y no de asuntos de socialeros y comuneros", por lo que un mal día propinó a su hija tres disparos en la cabeza y uno en el corazón mientras dormía. Un parricidio por el que fue condenada a veintiséis años de internamiento en un psiquiátrico, donde falleció en 1955. Un asesinato del que nunca se arrepintió.

En un libro de la época franquista cuentan otro final de la historia. Al parecer, Hildegart se presentó ante su madre acompañada de un obrero del que se había enamorado y le dijo: "O me caso con él, o me tendrás que matar". Y aquella misma noche la mató. (No le quita gravedad a la ominosa acción de la madre, pero esta otra versión era una de las cosas de la dictadura: inexplicable pretensión de desacreditar también a la brillante hija, quien podía casarse con quien le diera la gana).

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