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Ikeya, está triste la mar
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Ikeya, está triste la mar

Actualizado 11/07/2018
Juan Antonio Mateos Pérez

?las mujeres víctimas de trata siguen encontrando serias dificultades en los aeropuertos y los CIE para obtener la protección adecuada a sus necesidades específicas... Informe 2017: Las personas refugiadas en España y en Europa. Comisión Española de ayud

No es un poema escrito en un abanico, ni una excepcional novela merecedora de numerosos premios, es la realidad cotidiana a la que asistimos en nuestro querido mar Mediterráneo. Y no es porque mi niñez siga jugando en sus playas, es la tragedia de tantas mujeres y hombres que se dejan la vida por sobrevivir en un mundo cada vez más deshumanizado, más invertebrado, donde la vida y las personas no valen nada. Si querida Ikeya, está triste la mar. Se están acostumbrando mis ojos a sus atardeceres rojos que gritan en sus orillas el clamor de tantos sueños rotos, tantas vidas arrojadas a las profundidades de la indiferencia y del olvido.

Ikeya, es una de las 69 mujeres de Eritrea que con solo 19 años, viaja en una patera junto a otras 69 mujeres, en total 319 inmigrantes localizados en un barco cerca de Libia. Estaba enferma y deshidratada debido a las malas condiciones del viaje y había sido violada al igual que sus compañeras, casi no podía caminar. Varias de ellas estaban embarazas, otras con hijos pequeños, productos de las violaciones sistemáticas que han tenido que padecer. Tres días sin comer y su embarcación a la deriva. Ikeya había sido secuestrada por las mafias que se benefician con el tráfico de esta nueva esclavitud de nuestros tiempos, para forzar un pago contraído por sus familiares.

El triple calvario de muchas mujeres, ser pobres o huir de la guerra, cruzar el mar y ser retenidas en centros de internamientos, arrojadas a la inexistencia y a la indiferencia. Muchas de ellas cuando son rescatadas están embarazadas, la mayoría son producto de violaciones, expuestas al robo o a la trata durante su camino hacia el sueño europeo. Estas mujeres maltratadas ni pueden contar su historia ante la invisibilidad y la indiferencia de nuestro mundo opulento y temeroso. Parece urgente abrir espacios para el conocimiento de la verdad y donde se puedan exigir responsabilidades, donde están mujeres puedan ser visibilizadas. Permitir y fomentar el acceso a la justicia, las víctimas deben tener acceso a demandar justicia ante los tribunales nacionales y europeos y que no queden impones numerosas violaciones de derechos más elementales.

Añadamos a la triste realidad de las mujeres inmigrantes y refugiadas, la cantidad de muertos cada día en nuestro mar mediterráneo, parece mentira que en su vientre se hiciera la vida y las civilizaciones de cultura Occidental. Hoy es una gran fosa de muertos y olvidados. En los últimos diez días del mes de julio se han fallecido en sus aguas más de 200 inmigrantes africanos, la mayor parte procedentes de Libia. Más de 1000 muertos en lo que va de año, un hondón de tragedia de tantos sueños apagados en sus atardeceres, un mar sembrado muerte e injusticia de una Europa que parece querer hacer la guerra a la pobreza.

Nuestros gobernantes deberán buscar y conseguir compromisos para realizar políticas más humanitarias en las fronteras que no causen más víctimas y, que respeten los derechos más elementales. Sobre todo, recuperar y crear una cultura de la solidaridad, que desde el corazón, podamos ver la realidad del otro que sufre y que está herido en su dignidad de persona, así poder construir una sociedad y una Europa más justa y habitable. Ikeya, más que nunca está triste la mar.

En la cultura y pensamiento de Occidente vivimos una profunda desorientación, están fallando las referencias absolutas, los ideales y valores universales. Vivimos en un estado nihilista produce temor, las personas no se sienten seguras, se está desplegando un profundo silencio sin patria y sin caverna que nos proteja, sin meta para dirigir nuestros pasos. Los grandes valores, el Bien, Dios, el Pensamiento, la Utopía, la Igualdad, la Libertad, la Dignidad, la Fraternidad o la propia Ley Moral, han perdido sentido y significado. El Ser se ha vuelto leve y, para muchos, totalmente insoportable, "nos persigue el vacío con su aliento" (Nietzsche). Es posiblemente un buen momento para volver a empezar.

Todos recordamos la parábola del buen samaritano (Lc 10,25-37). Una pregunta de un jurista a la que Jesús responde con un relato, con una parábola. Aquí Jesús no llama a la teoría, o en la discusión académica, entra de lleno en la vida práctica. Nos pone en el camino de la verdadera religión, el experto no es el que sabe, es que hace. Un samaritano es el que se para y hace, uno que no cumple la ley de Moisés, a diferencia del Sacerdote y el Levita, que pasaron de largo. El prójimo no es alguien que encuentro, soy yo cuando me aproximo al otro, a la víctima, a los más alejados, a todos.

Solamente haciéndome cercano, podré escuchar su clamor, sus gritos y descubrir sus sufrimientos. ¿Un desconocido en el camino? No le interesaba descubrir su identidad, sólo le bastaba saber que era un hombre. En medio de nosotros viven muchas personas inmigrantes y refugiadas que son personas, que están gritando, que son víctimas. Viven a nuestro lado en nuestros barrios, en nuestras calles, debemos acercarnos a ellos y conocer sus historias, compartir la mesa y el tiempo, invitarlos a nuestras casas y nuestras Iglesias, a nuestros espacios. Veremos su humanidad, como en los cercanos, en los amigos. Al hacernos próximos, conocer su historia, entenderíamos mejor su situación y ayudaría a cambiar nuestra mirada.

El acto del samaritano es una trasgresión cultural, un amor subversivo de una norma aceptada por todos. En el fondo de la pregunta de Jesús, está la universalidad de la dignidad humana. Frente al jurista que le pregunta, que quiere saber dónde está su deber, Jesús propone que la constitución del hombre como sujeto moral se produce en la relación intersubjetiva, en la respuesta a la demanda de la víctima, en grito de su dolor. La universalidad de la dignidad ha de entenderse como necesidad del otro, en el clamor de las víctimas. El que sufre debe ser visto como un sujeto humano con exigencias de dignidad, donde la solidaridad deberá ser el medio para eliminar barreras. Así la actuación política deberá tener en cuenta estas dimensiones, la dignidad y la solidaridad.

Ikeya, está triste la mar | Imagen 1

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