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Los cerdos con tirantes y la culpabilización de las víctimas en la tradición franquista
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SECUELAS DEL FRANQUISMO (XLVIII)

Los cerdos con tirantes y la culpabilización de las víctimas en la tradición franquista

Actualizado 14/06/2018
Ángel Iglesias Ovejero

Undécimo capítulo de la serie sobre 'Actitudes contrarias a la aplicación de la Ley de Memoria Histórica'

Cuando iniciamos esta serie sobre las secuelas vigentes del franquismo (20/01/2017), señalábamos algunos comportamientos actuales enraizados en aquel sistema fundado y sostenido por la violencia. Entre ellas figuraba el machismo, que en su forma más extrema se denuncia a nivel planetario, al tiempo que en España los medios de comunicación sirven a diario noticias relacionadas con esta lacra social. Aquí sin duda el fenómeno tiene unas manifestaciones especialmente graves, pues además del incesante rimero de asesinatos de mujeres en el ámbito de las relaciones de pareja y de encuentros nada fortuitos con individuos desalmados, consisten en abusos y violaciones colectivas. Llegado el caso de ser condenados, sin la ejemplaridad necesaria, los culpables aspiran a la impunidad total mediante el recurso de culpabilizar a la víctima, en el más puro estilo de la tradición franquista. La mejor ilustración la ofrece el caso del grupo autodenominado "La Manada", cuyas actuaciones delictivas remontan a los sanfermines de 2016 y han sido juzgadas hace unas semanas, sin que la calificación del delito y la pena impuesta haya dado satisfacción a la víctima ni a los condenados, mientras que la opinión pública manifiesta serias dudas sobre la empatía de los jueces (tres varones) con la situación de las mujeres.

Esta gente, como si consciente o inconscientemente hubiera querido seguir el principio de que el nombre es un presagio (nomen omen), parece haberse dado un patrón de conducta grupal con otras personas (y en concreto con las mujeres) inspirándose en el reino animal: La Manada; todo un programa. Seguramente estos especímenes de fauna humana consiguen superar el modelo animalesco en lo que su comportamiento tiene de gregario y borreguil. En el ambiente festivo, estimulados por la ingesta etílica y el consumo de productos adecuados para conseguir el estado de cachondez irracional, revelan un carácter depredador (manada de lobos) y exhibicionista (manada de cerdos), aunque probablemente su tótem preferido sería el toro, lo que explica su presencia en el lugar de los hechos, Pamplona. Participan en sus encierros y, presumiblemente, son de los que rezan ante la minúscula imagen de san Fermín para que les haga el milagro de salvarles la vida, algo que ellos mismos podrían realizar yéndose con la música a otra parte. Moralmente, lo de manada de toros les viene grande, porque éstos no suelen atacar, si no son atacados, ni lo hacen en grupo. Ellos, sí. Todo lo hacen en manada: sorprender a la joven indefensa, intimidarla, abusar de ella y, según la opinión general, forzarla a tener relaciones sexuales. Después, para que su placer sea completo, necesitan exhibir y compartir en las redes sociales su trofeo icónico con otros presuntos miembros de manadas similares.

El menosprecio de la mujer (su función social secundaria, ancilar) en España y en otros países de su entorno viene de lejos e incluso se ha justificado con razones religiosas en la cultura judeo-cristiana. En realidad, los comportamientos violentos de ahora enlazan directamente con el nacional-catolicismo. Sin insistir en las prédicas de Queipo de Llano amenazando con la violación a las mujeres republicanas (a cargo de los "cruzados" marroquíes, a quienes sus mismos jefes despreciaban por "bárbaros"), lo que era parte de la estrategia del terror militar, las abominables prestaciones personales de aquéllas a los vencedores de la guerra eran un tributo obligado y silenciado en muchos lugares de la retaguardia franquista y después en la dictadura. Las mujeres violadas preferían no denunciar a sus verdugos por no añadir a la violencia sufrida la humillación de pasar por consentidas, pues no podían demostrar su inocencia ni eran escuchadas por quienes debían velar por la justicia, con lo cual ellas quedaban burladas y los culpables impunes. En aquel contexto la modelización nacional-católica del comportamiento femenino proponía el papel de esposa y madre, con numerosa prole, para "poblar el cielo" (y los cuarteles o el servicio doméstico). Con la pérdida del monopolio eclesiástico de las conciencias y, sobre todo, con el desarrollo de los métodos anticonceptivos a partir de los años setenta, década en la que desapareció formalmente la dictadura, las mujeres se han librado de esta forma de sometimiento. El efecto perverso ha sido que esta liberación femenina ha sido un buen pretexto para que, como antaño hacía la propaganda fascista con respecto a las mujeres republicanas, el machismo más desaprensivo considere a las mujeres meros instrumentos de placer. Una cosificación que se manifiesta a poco que ellas bajen la guardia (descuido vestimentario, deambular solitario, indicios de embriaguez, etc.), a lo que pueden ser más propensas las jóvenes inexpertas.

Los miembros de "La Manada", que, cuando no ejercen de faunos, tendrán quizá un perfil de personas normales, tanto en el grupo familiar (con madres, hermanas y parejas a las que cuesta trabajo suponer que sus hombres envían las imágenes de los "jolgorios"), como en el plano profesional. Uno de ellos es soldado y otro guardia. No puede decirse que mejoren la imagen de las Fuerzas Armadas, donde los mandos hacen la vista gorda sobre los abusos y violaciones de las agentes por parte de sus compañeros de armas. En todo caso, son muy reveladores sus disfraces y en alguno de sus audios queda claro cuál sería el colmo de la fantasmagoría erótica:

"(?) coger a un vasco de éstos y hacerle cantar la canción de '¡Que viva España!' al vasco con la pistola en la cabeza" (telecinco.es/ el programa de Ana Rosa, 2 de mayo 2018).

Ni más ni menos, así hacían, por delegación de sus mandos, los milicianos fascistas con los desafectos al Movimiento de antaño, obligándolos a dar vivas a España antes de ejecutarlos extrajudicialmente, como hicieron en La Alberca (testimonio del dominico J. Mª. de los Hoyos, 1946). No es seguro que por esta vía hoy se consiga españolizar a muchos independentistas, sino todo lo contrario. Es una evidencia de odio por el que los de La Manada hasta ahora no han sido denunciados, lo cual no deja de sorprender, pues por este delito, atribuido a unos jóvenes de Alsasua (no lejos de Pamplona), a raíz de un altercado en un establecimiento de bebidas el mismo año (15/10/2016), acaban de ser condenados a penas severas. No ha sido óbice para ello la opinión y el apoyo de colectivos de padres, familiares, vecinos y autoridades vascas y navarras de todos los niveles, así como de jurisconsultos y profesores universitarios, que desde la incoación del proceso ya anticipaban el temor de que el castigo fuera "desproporcionado" (informe Altsasu Gurasoak, 2016-2017).

En este sentido, lo más "ejemplar" del caso de La Manada es que los condenados y sus abogados, sin renunciar a recurrir la sentencia, esperan la liberación desde ahora, basándose en un sofisma esperpéntico acerca de la necesaria igualdad ciudadana ante la justicia. Cualquier persona desprovista de mala fe entiende que la visión democrática de la justicia supone que todos los culpables deben ser juzgados y castigados de acuerdo con la calificación de sus delitos. Pero ellos no lo entienden así, sino que partiendo de que hay muchos ilustres corruptos (incluso juzgados) y violadores o abusadores que están en libertad, ellos deberían salir de prisión. O sea: impunidad para todos.

En suma, el programa de "La Manada" y sus resultados carecen de ética y de estética, como reflejo que son de comportamientos fascistas. Por ello, en espera de una sentencia justa y firme, su calificación provisional adecuada es la de cerdos con tirantes.

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