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Venancio, la Tauromaquia según el bronce
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Venancio, la Tauromaquia según el bronce

Actualizado 22/02/2018
Ana Pedrero

Nieto e hijo de mayorales, echó los dientes en el campo, mamó la fascinación por el toro y el caballo, una constante en sus dibujos y en sus esculturas que son también un cántico en las plazas de esta ciudad dorada

Con la muerte del salmantino Venancio Blanco (Matilla de los Caños, 1923), España pierde a una de sus máximas referencias de la escultura contemporánea y la Tauromaquia a uno de sus más apasionados defensores.

La llevaba en sangre, en vena, como una biblia en bronce desde la cuna. Nieto e hijo de mayorales, echó los dientes en el campo, mamó la fascinación por el toro y el caballo, una constante en sus dibujos y en sus esculturas que son también un cántico en las plazas de esta ciudad dorada.

Sus manos prodigiosas y su mente privilegiada trasladaron a la materia la carga espiritual del toro. Espiritual, sí. Porque no hay materia viva sin espíritu y el bronce de Venancio muge y galopa y sangra y escarba y mata y muere.

Y así, entre Cristos, santas cenas, Quijotes, monjas, ascetas y místicos, la Tauromaquia se abrió paso entre su obra como un camino de obligado peregrinaje, como una senda espiritual y amorosa a la belleza, al movimiento, a la fuerza que emana del campo, de la arena, del encuentro entre un toro y un caballo, entre un hombre y un toro, a la búsqueda en los huecos imposibles del alma de los toreros y de los hombres cuya arquitectura lleva el inconfundible signo de su autor.

Su maravillosa obra, su legado fecundo, es un cántico a la belleza, al equilibrio, a la Tauromaquia como seña de identidad, como sábana, como fuente de inspiración universal de las artes, tan luminosa, eterna, verdadera.

Paradojas de la vida, mientras el maestro Venancio Blanco entraba por la puerta grande de la eternidad, en Salamanca, en su Salamanca querida, ha habido quien negaba en la calle la libertad de cátedra, la libertad de miles y miles de ciudadanos; el poso secular de la Tauromaquia en la cultura, en las artes y en las ciencias, en un nuevo intento de impedir su acceso a la Universidad, de cerrar las puertas al estudio de, entre otras maravillas, su mágico testimonio en bronce.

Eterno Venancio, fue una suerte, un privilegio, que la vida nos cruzara de cuando en vez; un don poder compartir, disfrutar de tu talento y tu cátedra. Vuela ahora con tus Cristos, con ese Yacente que se alza hacia la luz; vuela al cielo de los toreros, de los escultores, de los artistas e intelectuales apasionados por el toro.

Gracias por tu obra, gracias por tu vida, Venancio Blanco, blanco espíritu libre y lleno de luz.

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