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Autobiografía no autorizada de la Semana Santa salmantina (IV)
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Autobiografía no autorizada de la Semana Santa salmantina (IV)

Actualizado 10/03/2018
Tomás González Blázquez

Autobiografía no autorizada de la Semana Santa salmantina (IV) | Imagen 1

Aquí sigo dando la lata con mis batallitas. Llegamos al ecuador del septenario en vísperas del Domingo Laetare, cuarto ya de la Cuaresma. Desde esta tarde, y todo el día de mañana, el cura va de rosa, donde haya casulla de ese color y donde el portador de la misma se la quiera poner, que ambos requisitos han de darse. Tiene todo el sentido atenuar hoy la penitencia, que además nunca es tan marcada en el domingo, Día del Señor. Creedme, sé lo que me digo. Y os animo a elegir los domingos cuaresmales para vuestras festividades, pero no perdáis de vista que son etapas hacia la noche de la Pascua, cuando os tocará renovar vuestras promesas de bautismo. Cosa seria y comprometedora. E ineludible.

Soy consciente de que a los cofrades os cuesta menos poneros este color u otro, esta prenda brocada o aquella, y que cuando os vestís con una dalmática no aspiráis a suplantar a un diácono, ni os estáis disfrazando de ello, sino que traduce la pretensión de una mayor alabanza a vuestros titulares. Es un tema complejo y discutible. Quizá si hubierais visto a muchos diáconos en nuestra diócesis ataviados con dalmática lo veríais de otro modo. Pasa igual con el eterno debate que confronta el gasto del culto (flores, música, incienso, mantos, coronas?) con el gasto en los pobres (ayudas directas, colectas especiales, porcentajes de las cuotas?). Aspirad a la moderación y buscad no excluir lo que no es excluyente, porque del culto a Dios brota la caridad, pues ofrecido en espíritu y en verdad no puede ser de otra manera.

Volviendo a lo de renovar vuestro bautismo, es decir, renunciar al mal y abrazar la fe de la Iglesia, quizá hasta ayudaría a cada cofrade establecer un vínculo con su peculiar historia vivida en la hermandad y con la propia trayectoria de la misma. En lo personal, cada cual sabrá elegir ese momento, esa persona que ha conocido, esa llamada que le pareció sentir. En lo general, me tomo la licencia de escoger dieciocho señales, digamos que huellas de Jesús, que a mí me marcaron y me siguen permitiendo llegar a cada vigilia pascual con el ánimo bien dispuesto.

Ver abierta la puerta de la Capilla de la Vera Cruz, entrar y descubrir que unas monjitas totalmente desconocidas para mí adoraban el Santísimo en la capilla de los Dolores: algo nuevo estaba brotando en 1952 en la única iglesia de cofradía, y esos brotes no se han marchitado, lo sé. Comprobar que los congregantes del Nazareno no se resignaban y solicitaban la restauración de su hermandad tras ser disuelta al acabar la Guerra de la Independencia. Sorprender a los hermanos del Rescatado acordando la organización de un solemne besapiés cada primer viernes de marzo. Tener noticia de que los cofrades de la Soledad aspiraban a lo mejor y encargaban a Mariano Benlliure una nueva imagen de María. Contemplar a los hermanos de la Seráfica superando su triste Jueves Santo de 1973. Ver a los del Perdón procesionando y rezando por dentro de la prisión provincial, y a los de la Dominicana preparando la imagen de La Piedad de Carmona para su incorporación a los cortejos. Saber que los promotores de Jesús Amigo de los Niños recorrían los colegios anunciando una buena noticia, y que los de la Universitaria hacían lo propio por las facultades de la ciudad. Asistir a la inauguración de una sede donde los cofrades del Flagelado pueden reunirse y confraternizar, y a la de un retablo que enmarca el grupo de la Oración en el Huerto e invita precisamente a orar. Recibir con alegría el ímpetu de los fundadores de Amor y Paz, cambiando el paso y rompiendo esquemas, y ser testigo de que un barrio tan señero como Pizarrales estrenaba cofradía y día santo para procesionar, el Sábado del Gran Silencio. Aceptar la diversidad como una riqueza manifestada en el cuerpo yacente de Cristo, que es rico en Misericordia y nos procura la Liberación, y sobre todo nos enseña a superar las mundanidades. Visitar a los enfermos junto a los cofrades del Vía Crucis, y salir en Misión con los del Despojado, guiados por María. Trasladarme a Tierra Santa cada vez que veo la Humildad de Jesús crucificada, Paz y Bien nos dice a todos. Pronto quiero añadir una décimo novena señal, desgranando las cuentas de un rosario largo, que quizá requiera los veinte misterios hasta poner la mesa en un cenáculo que ansía salir a mis calles. Lo espero.

En la imagen, escena del Ecce Homo ? frontal de altar de la Capilla de la Vera Cruz, Salamanca

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