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Sacramento a 36.000 pies
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Sacramento a 36.000 pies

Actualizado 22/01/2018
Antonio Matilla

Sacramento a 36.000 pies | Imagen 1

Ha sido interesante la boda oficiada por el papa Francisco a 36.000 pies de altura, en el vuelo entre Santiago de Chile e Iquique, dentro de la visita pastoral que ha girado días pasados a Chile y Perú. No cabe duda de que el papa tiene olfato para salir en los medios y en las redes. Algo de culpa puede tener en ello la periodista española Paloma García Ovejero, segunda de a bordo en la Comunicación vaticana, a la que conocí personalmente en 2014 durante el mes que estuve en Roma. O, más sencillamente, todo puede estribar en la espontaneidad del Papa Bergoglio, una espontaneidad, a mi juicio, natural y preparada.

Pero quiero centrarme no tanto en el papa como en los contrayentes, Carlos Ciuffardi, 41 años y Paula Podest, 39; ella jefa laboral de él dentro de la aerolínea, casados por lo civil hace, creo, ocho años, con dos hijas, de seis y cuatro años de edad. Tenían previsto casarse por la Iglesia, pero no pudieron hacerlo porque un terremoto, que causó docenas de muertos, derrumbó también el campanario de su parroquia.

Cierto es que muchas parejas desearían haber salido en esa foto, pero los más de diez mil metros de altura permiten distinguir lo esencial, el amor de la pareja, su proyecto matrimonial, que ellos querían fuera simplemente "bendecido", pero que Francisco les propuso convertirlo en Sacramento y ellos aceptaron, de lo accesorio: los trajes, las flores, el convite, los regalos, los álbumes de fotos, los videos, el viaje y las listas de invitados.

El matrimonio, entendido como Sacramento o como mero contrato civil es algo lo suficientemente importante como para echar el resto, organizarlo bien y que resulte un momento de felicidad que pueda recordarse siempre. Hoy en día, la dimensión estética de la vida es muy importante, pero pasa como con todo, que las exageraciones pueden desvirtuar el contenido. Exageraciones he conocido muchas, pero señalaré solamente tres: gastarse más de dos mil euros en verduras decorativas, pretender alquilar en exclusiva una catedral, o enmoquetar seiscientos metros cuadrados de una iglesia para una hora de ceremonia. Estas exageraciones están provocando que muchas parejas se echen atrás en su proyecto de sacramento por el exceso de esfuerzo financiero que supone y por la acumulación de estrés. Preferirían algo mucho más sencillo, pero no se atreven a ir a contracorriente. Me encantaría que lo hicieran y algunas parejas, pocas, así lo hacen.

Ejemplos contrarios también tengo: una pareja muy cercana a mí se casó sin traje de boda y el convite se celebró en el patio contiguo a la sencilla casa familiar, a la sombra de cuatro acacias y con el menú preparado por la madre de la novia y su vecina más cercana; o en una de las parroquias en las que he servido, un día que visitaba a una pareja octogenaria para llevarles la Sagrada Comunión, en un momento dado, la mujer, que podía deambular un poco mejor que el anciano marido, me invitó a acompañarla a una alcoba interior para enseñarme todo lo que tenían el día de su boda: una maletita de hojalata pintada simulando tela de cuadros. "Seguro que la teníais llena de dinero", le dije con ironía. "Uy, sí, un par de mudas y algunos documentos y fotos familiares", me respondió con una sonrisa alegre. No tenían mucho más cincuenta y ocho años después?Bueno, un amor acendrado, probado y cribado por la vida, reluciente. Un sacramento vivo.

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