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Segunda República Española (I)
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Segunda República Española (I)

Actualizado 25/12/2017
Rubén Martín Vaquero

Al clarear el trece de abril de mil novecientos treinta y uno, brotaba euforia de los terminales del telégrafo en la central de Correos de Madrid: los republicanos habían ganado las elecciones en cuarenta y tres capitales de provincia. El entusiasmo extendió la noticia por España y las calles se llenaron espontáneamente de regocijo y manifestantes dando vivas a la República. Se hacía realidad el viejo sueño: Deleta est monarchia! En la ingrávida mañana del catorce echaron bandos en varias ciudades anunciando la República. Barcelona se anticipó a Madrid y Francesc Macià, líder de Esquerra Republicana, sembró fronteras y abismos al declarar la República Catalana independiente, asegurando que se integraría en la futura Confederación de Pueblos Ibéricos. Esa tarde, en Madrid, los miembros del Comité Revolucionario llegaron a la Puerta del Sol, se constituyeron en Gobierno Provisional de concentración presidido por Niceto Alcalá Zamora y rodeados de alegrías desbordadas proclamaron la Segunda República[1] española desde los balcones del ministerio de la Gobernación. Al caer el espeso crepúsculo, Alfonso XIII abandonó el Palacio Real en una comitiva de tres coches con dirección a Cartagena. Allí le esperaba un crucero envuelto en una ennoblecida neblina que trasladó su fatiga a Marsella, desde donde marchó a París a descifrar España en el exilio. El resto de la familia real tomó un tren, al día siguiente, en Aranjuez con destino a Francia. Todos estaban convencidos que el destierro sería corto.

Y aunque la anunciada Segunda República llegó pacíficamente y cuajada de ilusiones, pronto encontró poderosos enemigos. El primero, compartido con Europa, la gravísima crisis financiera ?crack de mil novecientos veintinueve- que proletarizó a las clases medias y sumió a millones de personas en una ciénaga de paro, miseria y hambre. Depresión económica que provocó un maremoto de desencanto político. Gran número de europeos, entre otros los españoles, perdieron confianza en los regímenes democráticos al considerarlos responsables, junto con los partidos políticos tradicionales, de las penalidades que padecían. Este caudal de indignación se polarizó hacia oscuros extremismos revolucionarios de izquierda o de extrema derecha.


[1] "La primavera ha venido, nadie sabe cómo ha sido" ?dijo don Antonio Machado.

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