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La carga de la prueba
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La carga de la prueba

Actualizado 07/12/2017
Juan José Nieto Lobato

Ha vuelto Tiger Woods, el héroe americano. El Atticus Finch del siglo XXI, ya saben: guapo, fuerte (muy) y formal. Un Obama "avant la lettre", una mezcla de Lincoln y Washington solo que con rasgos tailandeses y afroamericanos, los de una mujer excelente y un padre militar que creía con fervor primigenio en la práctica, la visualización, la repetición. Tanto que situaba a su hijo, futura estrella del golf, sentado en el carrito dentro del garaje donde conectaba algunas bolas contra una red para que adquiriera una primera noción, por ingenua que fuera, del movimiento que habría de convertirle en el deportista mejor pagado del planeta. Una suerte de Toni Nadal aunque exuberante, dado en elogios y sin la base de modestia del instructor mallorquín, pero investido de idéntico amor a la disciplina (que no al sadismo o la tortura como pudieran pensar y denunciar las asociaciones en defensa de los niños de hoy en día).

Ha vuelto Tiger Woods, el fraude americano. El Al Capone del siglo XXI y principal exponente, en el campo, pero también en los casinos y en las habitaciones de hotel, del "veni vidi vici" que Julio César pronunciara pensando, no se sabe muy bien cómo, en lo mucho que le hubiera gustado salir de marcha junto al golfista californiano (y los otros miembros del triunvirato: Jordan y Barkley) por las galias de nuestro tiempo. Este mestizo sin escrúpulos, mal padre y peor marido, defraudó la confianza de la puritana sociedad norteamericana y provocó una desbandada de patrocinadores y espónsores, escandalizados tras su confesión de adulterio múltiple, esa que en Francia parece otorgar las llaves del Elíseo y que en Estados Unidos se paga a un precio muy alto.

Lidia Valentín ha ganado el oro en el campeonato del mundo de Anaheim en la categoría de hasta 75 kilos conquistando con ello la triple corona. Una triple corona que no incluye una belleza deslumbrante, un instinto maternal hiperdesarrollado o una habilidad comunicativa por encima de la media, sino haber triunfado en los tres principales campeonatos de halterofilia: Juegos Olímpicos, Mundial y Europeo. Sí, levantando barras con hasta el doble de su peso en una actividad deportiva tan masculina o femenina como cualquier otra y, seguro, tremendamente meritoria por el nivel de la competición, la preparación que conlleva alcanzar ese nivel y lo complejo que es sacar todo el potencial acumulado en una única fecha señalada, prácticamente a un solo intento.

Y después de todo tengo que admitir que es posible que ni el paralelismo inicial ni la comparación que subyace de esta columna tengan sentido alguno por más que ahora, por puro artificio retórico, quiera encontrar en ambos casos el denominador común de los prejuicios, la grandeza deportiva de ambas figuras y la ya casi protocolaria, y no por ello menos perversa, inversión de la carga de la prueba a la que se ven sometidos los personajes públicos, por quienes deberían hablar únicamente su virtuosismo y su capacidad de trabajo. No su vida privada o su condición de mujeres en un presunto mundo de hombres.

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