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luces en la noche
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luces en la noche

Actualizado 23/09/2017
Eusebio Gómez

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Canta un precioso himno de laudes: "Hemos nacidos de la luz, somos hijos del día, vamos hacia el Señor de la mañana. Su claridad disipa nuestras sombras y llena el corazón de regocijo".

De hecho esto es posible porque los cristianos y bautizados hemos renacido en la Pascua de Jesús, en esa "noche clara como el día, noche iluminada por el gozo", que canta el pregón de la Vigilia Pascual. Y es que andábamos en tinieblas y en sombras de muerte, en la tierra del pecado, errantes como ovejas sin pastor, hasta que un día cualquiera de nuestra historia humana, "una gran Luz nos brilló", una luz que ya nunca se ha apagado, una luz con nombre propio (Jesús de Nazaret), que encarnó en sí todo lo humano y lo llevó a plenitud. El es la luz del mundo y quien le sigue no camina en las tinieblas.

Existe la luz, pero también hay tinieblas, sombras, dentro y fuera de nosotros. El pecado es ese "apagón" que nos deja invidentes y nos hace errar en el camino de la humanización y santificación. Esta es la verdad, la aceptemos o no. Una verdad que debemos conocer si queremos entendernos, conocernos y ser plenamente humanos. Este es el punto de partida en el que iniciamos nuestra reflexión.

Si la luz tiene que ver con todo comportamiento justo, bondadoso, amable y equitativo, las sombras se proyectan igualmente a través de comportamientos que oscurecen nuestra luz. Sombras como las obras que brotan de la envidia, de la injusticia, de la violencia, de la mentira, del abuso de poder, de la falta de respeto al otro, etc., etc. Y hay algo que debemos conocer: el origen de la ansiedad, de la angustia, y en general de casi todos los males, absorbe su energía de esas obras oscuras que somos capaces de ejecutar. De nada sirve aquí la queja. Es otro el camino a seguir.

En realidad, la oscuridad que deriva de nuestras malas obras, no sólo nos ensombrece a nivel personal, sino que crea a nuestro alrededor una situación nefasta de ceguera mental que produce una honda insatisfacción y hasta una manifiesta ignorancia estúpida como es la del que cae reiteradamente en el mismo pozo, por no ser capaz de rectificar sus pasos.

Existen, pues, en nuestro interior dos grandes fuerzas que luchan entre sí a través de nuestra voluntad de ser y hacer los dictados de una u otra: la luz y las tinieblas. La Luz proviene del don del Espíritu de Dios que se nos ha regalado con la Pascua de Jesús. El nos ha redimido de la tiranía del pecado, y nos ha enseñado el Camino a seguir: su propia manera de comportarse, de ser y de amar. Pero no olvidemos que también somos pecadores, que ninguno estamos exentos de hacer daño y realizar el mal, y que esta capacidad nos acompaña a lo largo de la vida. No perdamos de vista esta gran verdad.

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