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Recuerdos,nostalgias y veraneos (I)
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Recuerdos,nostalgias y veraneos (I)

Actualizado 20/09/2017
Fermín González

"Acomodate a mí nostalgia y cuéntame lo que ves" (Xavier Velasco)

ENTRE PUENTES

RECUERDOS, NOSTALGIAS y VERANEOS (I)

Tuvieron que pasar los años sesenta, para que España se fuera convirtiendo en un país moderno, para que los veraneantes de toda la vida fueran perdiendo algunos de sus privilegios.

El verano empezaba cuando llegaban los veraneantes. No el mes de Julio, cuando comienzan oficialmente las vacaciones, ni siquiera la noche de San Juan, la más corta y misteriosa del solsticio, sino cuando llegaban los afortunados que podían permitirse el lujo de no hacer nada los meses de más calor, al contrario que el resto de la gente. Al revés, el verano era y sigue siendo para muchos la época de más trabajo, pues tenían que recoger las cosechas con vistas al largo invierno que habría de llegar.

Los veraneantes llegaban en coche o en tren a la estación de ferrocarril más próxima con su impedimenta de bultos o de equipajes y sus sequitos de sirvientes, según su categoría y su posición social, y se instalaban en sus casonas cerradas durante el año, pero preparadas siempre para cuando ellos vinieran. Y durante dos o tres meses se dedicaban a veranear, esto es a no hacer nada, ante la envidia de los vecinos, que les veían ir y venir con sus coches, sus paseos, sus sombrillas mientras ellos atendían a sus múltiples trabajos bajo el sol de la canícula o el negro rayo de la tormenta. No es extraño que muchos campesinos comenzaran a alentar ya en aquel tiempo la esperanza de que sus hijos, liberados de sus destinos por los estudios o trabajo en la capital, pudieran convertirse también ellos algún día en veraneantes como los que ahora envidiaban.

Su deseo en cierto modo, se cumplió. Pasaron los sesenta, y la gente emigró en masa a las ciudades y los hijos de aquellos campesinos que veían a los veraneantes ir y venir de paseo o tumbados en sus hamacas en los jardines de grandes tapias mientras ellos atendían sus múltiples trabajos se convirtieron también en veraneantes, si bien que con menos clase y con la duda de su condición de tales que les dejaba su propio origen. Al fin y al cabo, ellos iban solamente algunos días a sus pueblos, e incluso la mayoría tenían que ayudar a sus familias en las faenas del campo, que seguían siendo mayoritarias. Tuvieron que pasar los setenta, España tuvo que convertirse en un país moderno, esto es, fundamentalmente urbano, para que los veraneantes de toda la vida, aquellos que creían que eran los únicos con el derecho a veranear, perdieran sus privilegios, invadidos sus territorios y hasta sus casas de veraneo (cuando las abandonaron: los veraneantes de toda la vida basaban su condición en que el resto no pudiera hacer lo mismo; ¿Qué sentido tenía ya veranear?) por los hijos y los nietos de aquellos campesinos que antaño les portaban las maletas, les segaban y cuidaban los jardines o les llevaban la leche fresca a casa cada mañana `para desayunar. Sin que se dieran cuenta, la revolución se había producido, y ésta había empezado curiosamente por las vacaciones.

Se había creado una nueva estética. Y hasta una ética. Y un estilo diferentes de los que se conocían, pero herederos de aquellos al fin y al cabo. Conviviendo con el veraneo oficial, esto es, el de playas o ese que busca la felicidad pagada en parajes lejanos o remotos territorios, sin conocer muchas veces su país ni ciudad, ha surgido un veraneo diferente, un veraneo silencioso y más tranquilo que se caracteriza por ser un verano hacía dentro, un verano interior geográficamente y espiritualmente y que ocupa a millones de personas. Millones de personas que combinándolo con el oficial o no (unos días en la playa, por los niños, ya se sabe), regresa cada verano a los mismos sitios, al mismo pueblo de siempre y a la misma casa de siempre, para pasar sus días de vacaciones, como los veraneantes antiguos. Y porque la fidelidad a su pueblo o pequeña ciudad, se basa sobre todo en la nostalgia, en la búsqueda de los suyos, de sus raíces, de sus olores, de su niñez de su campo y sus recuerdos. Buscan la tranquilidad, el reencuentro con la tierra y con la gente conocida, la seguridad que da el territorio en el que quizá nacieron y vivieron algún tiempo de pequeños y que identificaran ya siempre como el paraíso perdido.

Fermín González salamancartvaldia.es blog taurinerías

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