Una tierra, una mina, sociedades rotas

Aún sigo bajo las nubes, los cielos, los campos roturados de la película "El Pastor". Más aún cuando la muerte del cineasta salmantino Basilio Martín Patino nos recuerda el amor a la tierra, la valentía a la hora de narrar las miserias de esta Salamanca nuestra y el poder del cine. Cine hecho en Salamanca y que llenó dos salas de público expectante, curioso, feliz de reconocer sus paisajes y de leer una historia que, en el coloquio posterior, el fotógrafo Vitorino García Calderón nos recordó que sigue ahí, lacerante como una herida. El empeño de Anselmo, el pastor de Jonathan Cenzual Burley de no cambiar su modo de vida es el de muchos de los habitantes de nuestro oeste salmantino enfrentados ante la posibilidad de explotar una mina de uranio en sus tierras. Una fractura social, una cuestión que separa familias, nos hace preguntarnos por el modelo de aparente progreso que queremos y, a la vez, debería hacernos pensar en qué supone explotar una mina de uranio a setenta kilómetros de Salamanca, en una zona de pueblos, dehesas ganaderas y frontera con una escéptica Portugal.

¿Dónde están las autoridades competentes en la materia para dirimir semejante cuestión de tanta importancia? Las informaciones sobre la mina de uranio de Retortillo son muchas y contradictorias para el común de los mortales que nada sabe del asunto y que observa, como si no fuera con él, la oposición de ciertos grupos y la publicidad tranquilizadora de la empresa. Como siempre, lo de la provincia parece que no nos incumbe a los salmantinos de a pie que deberíamos hacernos unas cuantas preguntas acerca de un proyecto que no tiene todos los permisos en regla y que, sin embargo, está talando encinas centenarias. Un proyecto que, no nos engañemos, propone una mina de uranio a cielo abierto, de esas que no hay en Europa porque preferimos cargárselas a países como Níger donde nadie se pregunta qué es el gas radón producido por la extracción del uranio y cuáles son los riesgos para la población. Al paisano que le ofrecen comprarle una parcela que no le renta más que sinsabores, está en su derecho de vendérsela a quien quiera pero ¿Dónde están los organismos competentes para hacer un estudio serio y desinteresado de las ventajas o desventajas del proyecto? ¿No debería estudiarse el impacto medioambiental de una zona que vive de la ganadería selecta que hemos conseguido vender con tanto esfuerzo? ¿Qué tiene que opinar el país vecino? ¿Hasta qué punto puede afrontarse una explotación frente a la negativa de gran parte de la población circundante? Y lo más sangrante de todo, en mi opinión ¿Qué hacemos los habitantes de la capital que no nos informamos de todo esto? ¿Acaso pensamos que estamos lejos, como verdaderamente lo estamos, de esta zona de nuestra provincia? Confieso que, al igual que después de ver "El Pastor", siento que nada es blanco ni negro y sí una amalgama de grises donde todos perdemos. Perdemos un paisaje irrecuperable, perdemos la esencia de nuestra tierra, perdemos la capacidad de decidir, perdemos la oportunidad de informarnos. Si el pastor es una metáfora de nuestro mundo interesado y envilecido, quizás este proyecto envenenado que enfrenta voluntades también lo sea. Y tengamos que empezar, como mínimo, a pensar en ello.

Charo Alonso

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.