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El tiempo del desprecio
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El tiempo del desprecio

Actualizado 22/07/2017
Ángel González Quesada

Si algo faltaba para que este mundo de indolencia y crueldad insistiera en seguir haciéndonos vomitar cada mañana, la noticia de que un grupo francés de ultraderecha ha fletado un barco para impedir en el mar los rescates de refugiados con rumbo a Europa golpea con un mazazo atroz de inhumanidad la ya debilitada sensibilidad de quienes todavía piensan, pensamos, que el mundo es la casa de todos y que las fronteras no son sino garabatos que la codicia dibuja en los mapas.

A la enorme sevicia que significa la intolerancia, la exclusión, el racismo y la xenofobia, practicadas, alentadas y apoyadas por la soberbia de los gobiernos, y sembradas con éxito en la indiferencia de las paralíticas sociedades-rebaño de las plusvalías, hay que añadir ahora esta bofetada a la decencia humana que, en forma de barco homicida, el grupo francés Generación Identitaria ha inventado para solaz veraniego de sus jóvenes cachorros, facilitándoles un instrumento para la alegre expresión de su bajeza moral. Entre los "principios" que estos malnacidos exhiben para "justificar" su vileza, no faltan las advertencias de que "vigilarán" a las ONG,s que rescatan náufragos, y que impedirán las actividades "ilícitas" de las organizaciones que protegen a los inmigrantes y a los refugiados. Por si la arcada y el asco que sentimos no fuesen bastante fuertes, la noticia se "adorna" con la constatación de que tanto el flete del barco como los gastos de sus aguerridos y justicieros tripulantes, han sido financiados mediante una operación de crowdfunding, lo que amplía numeralmente la autoría de semejante barbaridad y nos hunde un poco más en el pozo de la indignidad.

Pero aunque la existencia de aberraciones tales como la puesta a navegar por esos fascistas franceses pudiesen parecer más terribles que todo lo visto hasta ahora, argumentos parecidos a los que exhiben estos despreciables individuos del barco C-Star, que así se llama ese bajel de putrefacción, se han escuchado en boca del ínclito Ministro del Interior español fechas atrás, cuando les apuntaba a las organizaciones no gubernamentales de ayuda a los inmigrantes y refugiados parte de la responsabilidad de la tragedia de los naufragios y se permitía, con preocupante incompetencia, acusarlos hasta de la misma naturaleza del exilio de los náufragos. Los mismos argumentos de evitar lo que ellos llaman "la africanización de Europa" debió exhibir otro por tanta basura inolvidable Ministro del Interior, cuando ordenó disparar en aguas de Ceuta contra personas que intentaban llegar a nado a la costa. O la misma pretendida justificación de los turistas venecianos que hace días contemplaron impasibles cómo un inmigrante africano se ahogaba en las aguas del canal sin que ni una sola mano de entre las de los miles de mirones se dignara ofrecerse asidero...

Es ya el tiempo de la desidia mental, de la bajeza moral, de la inhumanidad. El tiempo del egoísmo y el desprecio. El tiempo de la tristeza por la pérdida del mundo. Pero es, también, el tiempo de la lucha por la dignidad, por la igualdad, por el humanitarismo y la comprensión; de la lucha por recuperar la fraternidad y la decencia; y la vergüenza. Tiempo de mirarse, de plantar cara a lo indigno, de militar en lo honesto. La ascensión de partidos xenófobos y fascistas en todos los países llamados desarrollados debido al voto de masas indocumentadas, manipuladas e incapaces del pensamiento crítico; el avance del odio al diferente y de la aporofobia en la población en general, engolosinada por falsos orgullos y raquíticas pertenencias; la manipulación comercial del egoísmo y el individualismo excluyente; la mercantilización de la actividad política; la caída de la participación ciudadana en las garras de la publicidad y la propaganda y, en definitiva, el rampante fascismo que ya más que un huevo de serpiente se enseñorea por las calles... merece el esfuerzo de la lucha, indesmayable, permanente y directo; merece la renuncia a la derrota y siquiera al anuncio de derrota; merece la palabra de quienes la tienen y la voz de quienes la dicen y merece, sobre todo el más absoluto, total, inquebrantable y directo rechazo a los indiferentes.

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