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En “la era del vacío”
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En “la era del vacío”

Actualizado 28/06/2017
Juan Antonio Mateos Pérez

En todas partes encontramos la soledad, el vacío, la dificultad de sentir, de ser transportado fuera de sí; de ahí la huida hacia adelante en las "experiencias" que no hace más que traducir esa búsqueda de una «experiencia» emocional fuerte. G. Lipovetsk

Hace treinta años que se publicó el libro de G. Lipovetsky, La era del vacío (1886), se profetizaba el advenimiento de una segunda revolución individualista, propia de exceso de consumo, un nuevo narcisismo desplegado por la sociedad capitalista. En esta obra, como en otras de la época, con pensadores como Lyotard o Vattimo, no dejaban de subrayar la lógica del individualismo en la cotidianidad de la vida y de la existencia, suponiendo una inflexión en la historia marcada por el advenimiento de la era postmoderna y el fin del modernismo que había liberado el pensamiento desde el siglo XVII y XVIII. No éramos conscientes en los años ochenta de la transcendencia y profundidad de lo que estábamos leyendo, solo algunos atisbos casi difusos y desdibujados de esa realidad que ahora se nos impone desde la perplejidad.

Después de tres décadas, estamos viviendo ese momento anunciado, el advenimiento de una sociedad de hiperconsumo marcada por una estetización del mercado, alianza entre empresas y artistas, convirtiendo el comercio en una obra de arte, como ha puesto de relieve la nueva obra de G. Lipovetsky , La estetización del mundo. Vivir en la época del capitalismo artístico (2015). Esa nueva cara del capitalismo ya clásico, pero siempre en transformación, vive enfrascado en aumentar sus riquezas, producir y difundir en abundancia toda clase de bienes para el mercado, pero generando profundas crisis económicas y sociales, desigualdades y pobreza, así como grandes catástrofes ecológicas. La "era del vacío" se presenta como trituradora de todo elemento ético, cultural, artístico o humano que pueda oscurecer la rentabilidad del dinero, que es un fin en sí mismo, generando una sociedad nihilista. Las consecuencias de todo ello, no solo se manifiestan en las desigualdades, paro, precariedad laboral, proletarización o pobreza, también en una forma nueva de vivir que se caracteriza por la "pérdida de la amabilidad", el fin de la armonía, la belleza y la poesía.

Se ha generado una "sociedad de la indignación", que se ha ido materializando no solo en movimientos callejeros, también se ha ido canalizando de forma política en muchos países capitalistas y de la opulencia. El filósofo coreano Byun-Chul Han, más allá de la sociedad del cansancio o de los tiempos líquidos, ha introducido la idea de la "sociedad del escándalo". Una sociedad que carece de firmeza y de actitud, elementos esenciales para construir lo social y lo político, incapaz para la acción o la narración; es una sociedad sin gravitación, un mundo que ya que no engendra futuro. Toda esta realidad umbría del capitalismo y de la globalización, está generando su propia "teología legitimadora" de un nuevo orden mundial, donde prima el consumo sobre el ser humano.

Esta nueva realidad cultural y económica en que estamos inmersos, todas las ideologías, filosofías, y creencias tienen igual valor. Se hace "tabula rasa", el capitalismo y el consumo absorbe toda explicación del mundo, reinventándose continuamente para que nada cambie, arrodillando cualquier pensamiento a la generación de capital y ganancia. En imperativo del capital, ninguna filosofía, ninguna creencia es mejor que otra, todas pueden competir por igual a la vista de los "compradores" de sentido. Ante la "perplejidad" de muchos, hoy el ciudadano cede su crítica y sus razones, su belleza y sus valores, ante una paleta infinita de placeres, diferentes e iguales. A pesar de todo, está generando un malestar difuso, una indignación impotente que lo invade todo, un sentimiento de vacío interior que está imposibilitando al individuo para sentir y pensar.

Z. Bauman subrayaba de forma clarividente, que hoy es más fácil tener sexo que afrontar el encuentro con el otro, en una sociedad donde la soledad y la depresión son la enfermedad más grave a pesar de la comunicación y tecnología. El consumo de la "era del vacío" nos lleva a que el individuo esté profundamente centrado en el tener, perdiendo todo el sentido del ser y de la felicidad. Este nuevo hombre, se centra más en lo más externo, la apariencia, la fama, el poder, el dinero y acaba perdiéndose a sí mismo, generando esa sensación de "vacío" y de soledad, que le lleva a la desesperación e incluso al suicidio.

Cuanto más se despliega la lógica de la racionalidad productiva y capitalista, mayor es la presencia de las lógicas sensitivas y estéticas. Aunque desprovistas de unidad, se multiplican las creaciones con fines emocionales destinadas a ejecutar unos ingresos del capital cada vez más suculentos. Desde esta realidad se desarrollan toda una serie de movimientos espirituales y sensibilidades religiosas desvinculas de lo institucional, una mixtura de creencias múltiples y variadas, asimiladas por el individuo sin provocar contradicción, una especie de sincretismo politeísta donde da lo mismo "esto" que "aquello". Una sociedad donde "todo vale", vertebrada por la nueva espiritualidad: "El capitalismo". Ya no precisa ninguna religión para legitimar y vertebrar su situación en la sociedad, él es la única y verdadera religión, llegando a ser todo en todas las cosas. Es "el nuevo opio del pueblo", una adormidera con hermosas cadenas que condena al individuo al culto al progreso y la acumulación, y al rito del consumo, celebrando su liturgia en las nuevas iglesias y catedrales, los grandes centros comerciales.

Es más necesaria que nunca una espiritualidad liberadora, una espiritualidad que no puede ser enseñada, sino descubierta por el propio individuo. En ella se clama por la responsabilidad de que las injusticias no queden en el olvido y se pueda mantener en alto la esperanza. La pérdida de sentido, las visiones optimistas de progreso que olvidan a los que sufren y a las víctimas, se hace necesario desplegar una espiritualidad de "ojos abiertos", una memoria passionis que sea crítica y que exija justicia para mantener la esperanza frente al vacío y al hambre. No olvidemos que vivimos dos realidades en un mismo mundo: La de una sociedad de la opulencia y el consumo arrojada al vacío y a la soledad; y la de un mundo esclavizado y oprimido, olvidado y explotado, arrojado al hambre y la miseria. Una espiritualidad liberadora que mantiene, que ni el vacío, ni el hambre tienen la última palabra, ya que en el horizonte está la esperanza. Una espiritualidad que despliega más amor que conocimiento, que no es más que ese "saber no sabiendo" de nuestro querido San Juan de la Cruz.

En “la era del vacío” | Imagen 1

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