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La vida negociable
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La vida negociable

Actualizado 06/06/2017
Redacción

Pasaban pocos minutos del mediodía cuando la platea del gigantesco teatro-circo de Albacete acogió hace unos días uno de los momentos de silencio más importantes de aquél congreso. Los casi quinientos administradores de fincas que celebraban su congreso anual en aquella ciudad oían un párrafo de 'La vida negociable', la última novela de Luis Landero en la que describe a un quevedesco personaje, Hugo Bayo. Él, que tenía idealizada la figura de su padre como administrador de fincas, descubre que las prácticas de su profesión no son como se las había imaginado.

El silencio no se creó cuando leí antes a Landero, al describir esa profesión como ejercicio de responsabilidad, diligencia y cuidado. El silencio se fraguó cuando me detuve en algunos párrafos del corazón de la novela donde presenta la cruz de la profesión: tejemanejes, distracciones, comisiones, etc. El momento en el que Hugo descubre el revés de la trama que sostiene la profesión de su padre. Una página donde describe los bajos fondos de un oficio en el que, como en cualquier otro, también hay casos de malas prácticas.

Fue un silencio terapéutico con el que quise mostrar que las prácticas de cualquier profesión están llenas de luces y sombras. Me habían pedido que describiera las características de la ética profesional de los administradores de fincas, una profesión relativamente joven que está tomando posiciones culturales y mediáticas en una sociedad civil cada vez más compleja. Igual que nos resultan familiares los colegios profesionales de abogados, médicos, ingenieros, enfermeros, psicólogos o filósofos, también hay colegios profesionales de administradores de fincas. Mientras que otras profesiones tienen una larga tradición en comisiones de ética o asesoramiento deontológico, los administradores también han creado su código y sus comisiones de buenas prácticas.

Como les recordé en mi intervención, antes de que la sociedad nos saque los colores por las malas prácticas de nuestra profesión, es preferible que hagamos autocrítica e incentivemos la excelencia. Además, es importante generar equipos que analicen los códigos deontológicos y estimulen las buenas prácticas profesionales, algo que viene haciendo de manera especial el Colegio de Administradores de Fincas Velencia, que ha liderado esta voluntad de mejora permanente y búsqueda de la excelencia. Landero tiene razón cuando lee esta profesión desde las nuevas sociedades urbanas donde la información es poder y donde la clave de su ejercicio está en la ordenación de los papeles y la gestión de los secretos. Pero se olvida de dos datos importantes. Uno, la presencia del administrador constituye la comunidad en sociedades individualistas sin sentido vecinal. Y dos, el sentido y valor a esta prosaica profesión está en un bien cada vez más escaso: la confianza.

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