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Actualizado 28/04/2017
Marta Ferreira

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Nací un Lunes de Aguas, como el que hoy, cuando escribo esta columna, se celebra en Salamanca. Aquel año coincidió con el 19 de abril, el día que entré en este mundo. Pero, no sé por qué, siempre que me preguntan cuándo nací, en vez de ese día, invariablemente digo: un Lunes de Aguas. Es el problema de que el día de tu nacimiento coincida con una fiesta que no tiene día fijo, variando de año en año. Me ocurre lo mismo que con la muerte de mi abuelo, que sucedió un Viernes Santo, y ha terminado por prevalecer en mi memoria sobre la fecha exacta de su partida. Y tengo que confesarlo: me gusta que fuera así porque vine al mundo un día de alegría, una fiesta laica que tuvo un origen muy distinto y ha acabado convirtiéndose en una celebración de la primavera y de la convivencia.

Siempre me intrigó qué pasó aquel día y he pedido detalles. Nací a las cinco de la tarde y mi padre me ha contado que, tras el parto, como no había comido, se fue a tomar una hamburguesa al Ennio, que muchos recordarán, una hamburguesería en la Gran Vía que regentaba Ennio, un italiano simpático a raudales y que tenía su bar lleno de imágenes del equipo de sus amores, la Juventus de Turín, y de la selección de su país. Cuando llegó, a eso de las seis de la tarde, se encontró en el establecimiento a Ricardo Bajo, un analista que tenía su consulta al lado del bar, y a Inocencio García Velasco, "Chencho", el catedrático de Derecho Internacional, con quienes tenía una buena relación y que efusivamente le dieron la enhorabuena al saber la noticia. Mi padre siempre me dice que nunca se olvidará de aquella hamburguesa, la que mejor le ha sabido en su vida.

De vuelta a la Santísima Trinidad atravesó la Plaza Mayor, y según me cuenta, el Ayuntamiento había organizado una verbena, con un pequeño grupo tocando, y muchas parejas bailaban alegremente. Él, al pasar a su lado, percibió intensamente esa atmósfera de fiesta, y yo le digo siempre: claro, es que tú estabas viviendo la mayor fiesta que un padre puede celebrar, el nacimiento de su primera hija. Hacía muy buen tiempo aquella lejana tarde de 1982, como hoy, y también me alegra saber que nací un día de primavera, del para mí mes más bonito del año, y haciendo tiempo primaveral.

Han pasado 35 años y cuando lo pienso siento que la vida pasa demasiado rápido, sin que te des casi cuenta. A veces le he oído a personas mayores que la vida es un soplo, pero al mismo tiempo soy consciente de que me han pasado muchas cosas en este tiempo, unas buenas y otras menos. Me confirmo entonces que somos esencialmente tiempo, tan fácil de sentir y tan difícil de definir, y que cuando lo vivimos con intensidad pasa más ráudamente, como ocurre con las buenas películas y con todos los grandes momentos: cuando nos queremos dar cuenta ya han pasado, mientras que los momentos de tedio se hacen eternos. Pues bien, siento que mi vida ha transcurrido a velocidad de vértigo.

Si la veo dibujada en la memoria, he de reconocer que mi etapa gloriosa fue mi infancia. Por nada la cambiaría y, si pudiera, volvería a vivirla mil veces. Nunca he sido tan feliz y en los momentos duros se me hace presente de nuevo como antídoto ante depresiones y ansiedades, mi infancia y quienes me quisieron tanto durante ella me curan ahora mismo. No es de extrañar que alguien escribiera que "mi patria es mi infancia", la mía también. Pero lo que vino después no fue tampoco manco, aunque sufrí y mucho en ocasiones, pero siempre tuve los arrestos para seguir adelante, nunca me arredré.

Es curioso que la vida te impone su ley. Me dedico a algo que nunca pensé hacer, me vino sobrevenido, sin vocación específica, y ahora, sin embargo, me siento como pez en el agua en ese mundo tan ajeno para mí cuando inicié mis estudios. Y, por qué no decirlo, me encontré con amigas y amigos que nunca soñé tener, gente desinteresada, desprendida, detallista, cordial. Si miro hacia atrás, lanzo un suspiro de alivio, cuando recuerdo momentos oscuros y me vuelven las palabras de José Agustín Goitisolo, en su poema "Palabras para Julia": La vida es bella, tú verás/como a pesar de los pesares/tendrás amor, tendrás amigos. Sí, acierta el poeta, la vida es bella y en gran medida por estos grandes amigos.

Cuando termina este Lunes de Aguas de 2017, vuelve a mi imaginación aquel primer día, y veo a mi madre, Isabel, en la habitación del hospital, acariciándome, feliz, porque tras tener dos hijos había dado luz a una hija, a mí. Allí están mis cuatro abuelos, con su primera nieta, mirándome embelesados. Y entra mi padre, tras haberse comido una estupenda hamburguesa que le ha preparado su amigo Ennio y haberse encontrado una alegre verbena de primavera en la Plaza. Está anocheciendo, ha sido un día intenso para todos, la temperatura es ideal, rara en los abriles de Salamanca. Comienza mi vida. ¿Cómo será? Y aquí estoy.

Marta FERREIRA

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